OPINIÓN de Hugo Marcone | Gareca, Perú y un empate en Arlington: matar al padre

No fue tan malo el empate con Perú. Se pudo haber perdido y ahí sí que la Copa América tendría prematuros visos depresivos.

Ricardo Gareca no pudo ante Perú. (ANDRES PINA/PHOTOSPORT)

En su primer partido oficial, por puntos, digamos que por algo serio y no solo en el contexto de un amistoso para conocer el paño, Ricardo Gareca se lleva una impresión más real del recurso humano criollo. Un recurso que tampoco lo debe sorprender en demasía -por algo ha terminado dándole el arco titular y la capitanía a un veterano como Claudio Bravo-, pero que en competencia aporta matices que solo revela el rigor de la competencia. En buena hora, por lo demás.

Los favoritismos en el deporte chileno nunca han sido una carga positiva para nuestros ejecutantes, una pulsión que la asuma con naturalidad. En estos tiempos discretos, acomoda aquel rol secundario que acompaña un derrotero más acorde al nivel de categoría.

Nuestra historia está repleta de frustraciones cuando, teóricamente, partimos con algo de ventaja. Aunque esta vez no había una base de sustentación poderosa para cantar victoria, era innegable que Chile tenía la balanza inclinada hacia su lado. Pero también es cierto que el desequilibrio se fundaba más por el opaco momento de Perú que por un resurgimiento milagroso, después de una etapa de esquivos resultados con Eduardo Berizzo.

La Roja en el duelo ante Perú por Copa América.
La Roja en el duelo ante Perú por Copa América.

En Arlington, los fantasmas del protagonismo volvieron a aparecer. De seguro el contexto pasó la cuenta, aun cuando les cueste reconocer a varios que tienen un largo kilometraje. Responder a la expectativa que dejaron los amistosos en Europa y el triunfo ante Paraguay, pero ahora en un torneo de prestigio, constituyó para varios intérpretes una prueba global, como se decía antes en el colegio, cuando los alumnos padecían la estrictez académica. Y al peso de la evidencia, se le sumó lo impensado: el rival llegó preparado física y emocionalmente para dar una batalla de otro calibre a la contienda entendida por la Selección.

Justamente sobre esa óptica anímica, hay una contingencia en este debut copero que quizás ahora, a la luz del resultado y sus circunstancias, se resignificó. Pero que desde el primer minuto se percibió en cada pelota disputada, en cada falta, empujón o roce. Para el afligido fútbol peruano, este cruce con Chile tuvo desde su génesis otra densidad.

No fue solo enfrentar a un oponente futbolístico tradicional, confrontar en un terreno deportivo a una nación con la que se comparte fronteras y la historiografía más profunda. Para el fútbol del Perú, para el jugador peruano, la figura de Ricardo Gareca era la de un héroe intocable, un verdadero patriarca. Hasta que decidió asumir la dirección técnica de Chile. Aquella determinación supuso una afrenta mayor que se trasladó a la cancha, a la voluntad y a la disposición.

La dimensión extrafutbolística que Perú articuló en su estrategia contra Chile, tuvo su representación más fiel cada vez que los volantes del equipo de Gareca se vieron asfixiados por la poblada presencia de rivales en esa zona. Sin quererlo, el presente del técnico argentino que reconstituyó al fútbol peruano y lo volvió a instalar en una cita mundialista, fue la principal herramienta motivacional con la que los dirigidos por Fosatti contuvieron cualquier intención chilena de asumir el rol protagónico que demandaba el favoritismo y que apagó lentamente los esfuerzos nacionales. Un escenario que superó el planteamiento táctico de Gareca, que quizás su componente de modestia no previó o que su conciencia no quiso advertir. Eso solo lo sabe él. Y hoy los peruanos lo celebran doblemente: por frustrar a los chilenos y por matar al padre.