- “Nano Díaz se cortó una vez cuando se afeitaba, se puso un parche y ganamos. Al partido siguiente, sin haberse cortado, igual apareció con un parche”, recuerda el ex jugador Fredy Segura.
- “Yo empecé a usar kiricocho en cada partido, pero no sólo para los penales. Yo exageraba también, la decía en un córner, en un tiro libre. Hasta el día de hoy, la uso cuando jugamos al fútbol con mis hijos”, confiesa Nelson Tapia.
- “No se podía escuchar a Juan Luis Guerra. Y en esa época, el cantante estaba en su mejor momento. Sonaba en todos lados, pero el entrenador no dejaba”, avoca Marcelo Espina.
“Kiricocho, kiricocho”. La frase se escucha en el fútbol chileno antes de que un equipo patee un penal y los rivales tratan de mufar al pateador.
Aquella “mágica” palabra tiene su origen en 1982, cuando Carlos Bilardo dirigía a Estudiantes de La Plata y la historia de un integrante de la hinchada que portaba la mala suerte le llegó a sus oídos.
El que relata aquella anécdota es José Daniel Ponce, integrante de ese plantel pincharrata y ex volante de Coquimbo Unido, Everton y Huachipato. “Kiricocho era un amigo nuestro, de la barra de Estudiantes. Siempre que lo veíamos, sucedía algo malo. Como cuando pasamos delante de un negocio y se cayó el cartel colgante. O cuando una vez que los simpatizantes que iban a Tucumán no lo querían llevar y se apuraron en salir para no subirlo al bus. ‘Kiricocho’ les gritó, a propósito, ‘que les vaya bien’. Pincharon un neumático a la salida de La Plata. Fue ahí cuando le contaron a Bilardo. Y Bilardo lo ubicó y le dio una tarea: tenía que ir a saludar a los rivales cuando llegaban al estadio. Lo probó contra Platense, fue a saludar a (Carlos) Biasutto, que era el arquero. Ese día ganamos y a partir de allí, tenía que abrazar a los que jugaban contra nosotros”, cuenta Ponce, quien vive hoy en Concepción.
La historia no tardó mucho tiempo en llegar a Chile, como relata el ex mundialista Nelson Tapia. “Yo se la escuché a (Ronald) Baroni, el delantero argentino con el que jugamos en O’Higgins, en 1988. Y la empecé a usar en cada partido, pero no sólo para los penales. Yo exageraba también, tiraba la palabra en un córner, en un tiro libre. Hasta el día de hoy, la uso cuando jugamos al fútbol con mis hijos”, agrega el portero titular en Francia 98.
Las “costumbres” de Fernando Díaz
“Yo separo las cábalas de las costumbres de entrenamiento. Al final todo cae no en algo esotérico, sino que es un reforzamiento sicológico, así se trata en sicología del deporte. Todo deportista de élite va a competir y no sabe cómo va a resultar, entonces necesita ciertas seguridades. A veces con un estado de ánimo, a veces con música, que te relaja o te estimula. Los gestos que hacen los futbolistas de tocar el pasto y persignarse, entrar con un pie a la cancha, son reforzamientos de seguridad para la competencia. Con eso se sienten más preparados para competir. Un lugar en el bus, un trayecto en el auto al estadio, son reforzamientos sicológicos, no son solamente cábalas”, dice el técnico Fernando Díaz.
Pero en el mundo del fútbol se habla mucho de Nano Díaz y sus cábalas. Desde la misma camisa que usa siempre que gane hasta que la historia que cuenta Nelson Tapia. “Cuando llegó a Cobreloa (2004), en uno de los primeros partidos, se cortó afeitándose el día del partido y se tuvo que poner un parche. Ganamos. ¿Qué hizo al partido siguiente? No se cortó al afeitarse, pero igual apareció con un parche en el mismo lugar de la cara”.
Una anécdota que refrenda Fredy Segura, quien jugaba de mediocampista en Universidad de Concepción en 2003. “Con nosotros pasó lo mismo. Se cortó cuando se afeitaba, se puso un parche y ganamos. Al partido siguiente, sin haberse cortado, igual apareció con un parche (sonríe)”. Hoy, mientras hace un alto como enfermero en el Hospital de Angol, el ex volante recuerda que “los más jóvenes nos juntábamos los miércoles en el Bar del Negro. Un día, nos vieron allí y le contaron a Nano. Como habíamos ganado ese partido, a la semana siguiente, nos preguntó: ‘¿Por qué no van a ese bar de nuevo?’”.
Segura recuerda que “en el Clausura 2003 fuimos a jugar a Puerto Montt y el profe se puso una parca porque hacía frío. Ganamos 4-0 y de ahí en adelante no se la sacó más. Incluso, fuimos a jugar a El Salvador y pese el calor que hacía, Nano igual usó la parca que había traído desde Puerto Montt”.
En ese punto, Fernando Díaz coincide: “Hay que repetir la ropa cuando a uno le va bien, por ejemplo, la camisa negra de Coquimbo o el buzo que tenía en la Universidad de Concepción”.
Para rematar, Segura atesora otra capítulo: “Siempre escuchábamos un CD de Bacilos en el camarín y un día, el ‘Tata’ (Nelson Pérez) lo olvidó. No podíamos salir a la cancha porque no estaba la música de siempre”. En este punto, Díaz agrega: “Fue en el penúltimo partido con Coquimbo. Viene el Coto Ribera y me dice que no estaba el CD. El camarín era un funeral. Le pregunto al utilero y me dice que se le había quedado en Lota. Lo mandé a buscar desde Collao. En el primer tiempo, estábamos 0-0 y jugando muy mal. Llegó el CD en el entretiempo y cambió el ánimo. Ganamos 1-0, con gol del Coto, y clasificamos a la Copa”.
La torta, la pizza y la gaseosa de litro y medio
Los jugadores de Unión Española campeón del Apertura 2005 dicen que nunca habían comido tanta torta en su vida como en esa campaña con Fernando Díaz de entrenador.
Pero el DT entrega su versión: “No fue tan así. En la previa de cada partido, siempre hacíamos una convivencia donde compartíamos empanadas. Es una mezcla de cohesión de grupo y cábala. En un momento determinado de la campaña, se nos complicó la clasificación a los playoffs. Teníamos que ganar los dos partidos para poder entrar a la fase final. Y justo estaba de cumpleaños alguien del plantel, antes de jugar con Palestino. Ganamos 3-2 y entonces, previo a jugar contra Huachipato, celebramos otro cumpleaños. Ganamos 2-1 y llegamos a la finales, donde fuimos campeones”.
En medio de estas anécdotas de comidas, Cristián Reynero, quien fue zaguero de Antofagasta 2007, aporta su testimonio. “Teníamos que cenar en nuestras casas y después llegar al hotel a dormir. Nano nos pedía que comiéramos una once saludable y apareciéramos tipo 21:30. Yo concentraba con Carlos Ortega. Llegamos al hotel y Carlos me dice que no había alcanzado a cenar y que había pedido una pizza con una bebida. Al rato, tocan la puerta y el Nano entra. Vio el menú ‘saludable’ y lo retó. Se fue, pero dejó igual la pizza, con la bebida de litro y medio. Carlos se puso algo incómodo, me acuerdo que comió poco. Ese partido lo ganamos de local y Carlos anduvo muy bien. A las dos semanas, que volvíamos a jugar en nuestro estadio, vuelven a tocar la puerta de la habitación. Era el Nano, que llegó con la misma pizza y la misma bebida de litro y medio. La dejó en la habitación y se fue”, relata, entre risas, el actual ayudante de Miguel Ramírez.
Miguel Ángel Russo y los mocasines café
Universidad de Chile venía de ser bicampeón del fútbol chileno en 1994 y 1995. A principios de 1996 se fue Jorge Socías y llegó Miguel Ángel Russo.
El plantel se tenía que adaptarse a una nueva forma de liderazgo técnico, como lo explica Víctor Hugo Castañeda. “Nosotros concentrábamos en el hotel Parinacota, en Apoquindo. Antes de los partidos, tomábamos un café en el bowling que estaba muy cerca. Cuando llegó Russo, los demás me dijeron ‘Viejo, dile que queremos seguir con esa cábala’. Fui donde Russo y le conté la historia. Me respondió que no sólo quería que la siguiéramos, sino que él se sumaba. Semanas después íbamos a jugar por la Copa Libertadores en Uruguay contra Defensor, y tocan la puerta de la habitación en la mañana. Yo estaba acostado. Era un ayudante de Russo para avisarme que el técnico me esperaba para ir por el café. Estábamos en el Hostal del Lago, lejos de todo. Tuvimos que caminar como 20 minutos, pero finalmente logramos tomar el café de siempre”.
El ex volante azul agrega una anécdota muy bilardista de Russo. “Nosotros íbamos de Las Condes al Nacional, siempre por el mismo camino, hasta que un día, el bus tuvo que virar por Los Orientales, porque algo había pasado en la calle. Nos topamos con un semáforo en rojo. Ese día ganamos y a partir de allí, siempre tuvimos que entrar por esa ruta y, además, parar en el mismo semáforo. Si Miguel veía de lejos que estaba en verde, le decía al chofer que bajara la velocidad para que agarrara la luz roja”.
Castañeda recuerda que “el color amarillo para Miguel era mufa. Nosotros entrenábamos con petos amarillos, pero cuando vino a la primera práctica, hizo desaparecer todos los petos”.
Juan Fuentes, coordinador de la U en esa época, también abrió el baúl de los recuerdos: “Viajamos a Guayaquil por Copa Libertadores. Russo tenía unos zapatos regalones, que eran de color café y que se los ponía con unos jeans para dirigir. Estando ya en Ecuador, me avisó que los mocasines se le habían quedado en Santiago. Si he visto un tipo cabalero, ése es Miguel Ángel Russo. Me dijo que había que traérselos como fuera. Me tuve que poner en contacto con los dirigentes de la U que estaban en Santiago y que viajaban el mismo día del partido”. Sergio Vargas retoma la historia: “En esa época no había celular y Miguel vivía solo en Santiago. A los dirigentes no los dejaban entrar al departamento, hasta que luego de largos trámites, el conserje accedió a los ruegos y pudieron abrir la puerta del departamento y llevárselos a Guayaquil”. Fuentes cierra la anécdota: “Al final, a pocas horas del partido, por fin llegaron los mocasines... Ese día empatamos y clasificamos. La cábala resultó”. El 1-1 con Barcelona dio paso a las semifinales de la Libertadores 1996.
De esa misma época, Ronald Fuentes reafirma lo cabalero de Russo. ”Tenía una rutina gigante antes de los partidos, desde la cantidad de pasos que debía caminar hasta el camarín a la tradición de prender un cigarrillo en el baño y dejarlo encendido hasta que se consumiera. Seguramente lo había hecho antes de ganar un partido y quedó así”.
Sobre el actual entrenador de San Lorenzo, desde Buenos Aires, Marcelo Espina, quien lo tuvo en Lanús en 1992, rememora un aspecto sobre la música. “No se podía escuchar a Juan Luis Guerra. Y en esa época, el cantante estaba en su mejor momento. Sonaba en todos lados. Pero como los casetes se ponían en la radio del bus y los escuchaban todos, no como ahora que cada uno puede llevarse su música, Miguel decía que era mufa y no había ninguna chance de contrariarlo”.
Sobre Russo, Espina puntualiza que “mantiene una cábala. Cada vez que entra a la cancha, agarra un poco de pasto, lo da vuelta y se lo pone en la boca. Fíjense que Miguel hasta hoy lo sigue haciendo”.
El buzo verde de Tapia
Si a Russo no le gustaba el color amarillo, Nelson Tapia odiaba el color verde. Una razón que se la apropió de otro compañero que tuvo en O’Higgins, Guillermo Almada, quien llevó al ex arquero de la Roja a trabajar después a Barcelona de Ecuador, y que es el actual entrenador de Pachuca de México. “Los uruguayos son muy cabaleros y Guillermo vivió conmigo los seis meses que estuvo en Rancagua. Él me comentaba que la camiseta verde era mufa y adopté su creencia. Y me empezaron a pasar cosas. El último partido que jugué en O’Higgins, me comí cinco con Católica. ¿Qué color de camiseta tenía? Verde. Después, estuve a préstamo en Temuco, que usa color verde. Incluso, lo comentábamos con otro uruguayo, el Negro (Rubén) Silva. En el ’94 veníamos invictos con Católica y perdimos un partido. Cuando al día siguiente veo la foto en el diario, tenía una camiseta con vivos verdes y guantes verdes. Dije ‘nunca más”.
Pero esa decisión se borró cuatro años después, en Francia ’98. “Cuando vamos al Mundial, le dije al utilero que evitara el color verde. La Selección llevó 12 camisetas azules, 12 amarillas y 12 verdes para los arqueros. Antes de cada partido, se eligen las indumentarias con los árbitros. Y ante Austria, Javier (Riquelme) llevó la verde y la amarilla. No sé por qué no puso la azul. Entonces, como el árbitro (el egipcio Gamal Al Gandhour) iba de amarillo, dijo que yo tenía que ir de verde. En la previa al partido me quería morir. (Marcelo) Salas me decía ‘Pelado, tranquilo’. Cuando le íbamos ganando a Austria, no lo podía creer, era el primer triunfo de la Selección en un Mundial después del ’62. Pero llega esa jugada del final y (Vastic) me la clava en el ángulo. Me quedé llorando”.
Tapia, de todas formas, le da un toque de humor a su relato. “Varios años después, cuando Chile fue campeón de América las dos veces, veo que en el festejo estaban Bravo y los arqueros, todos de verde. Conclusión: el problema no era el color, sino que el malo era yo... Se me armó una psicosis por culpa de los uruguayos que tuve de compañeros”.
La ruda de Vasconcelos
“El que tenía muchas cábalas era Vasconcelos. Venía y se ponía la ruda en las canilleras. Además, antes de entrar a jugar, iba al baño y prendía unas velas, como parte del ritual previo a cada partido”, relata Rodrigo Gómez, quien fue su compañero en Palestino.
Una percepción que reafirma Víctor Hugo Castañeda, hoy residente en la Región de Coquimbo: “Vasconcelos vivía atento a las cábalas. Por culpa de él, yo empecé a entrar a la cancha con el pie izquierdo. Me decía ‘Cara e’guagua’, si no lo haces es mala sorte’”.
Severino Vasconcelos responde con una carcajada a esas historias: “Cómo me vendieron..! Sí, yo tenía muchas cábalas. Imagínate en Brasil, había muchas y a mí siempre me salieron bien. Es cierto, yo usaba ruda en las canilleras y en Palestino, me empezaron a seguir. Yo no las cambiaba, a pesar de que perdíamos, porque me acompañaron en toda mi carrera”.
El brasileño que se hiciera famoso en Colo Colo recuerda que “yo siempre entraba al final, era el último en la fila de los jugadores”. Y también explica el ritual de las velas. “Yo las ponía en el camarín, eso claramente es muy de Brasil. Era para sentirme mais forte. Pero ojo, que no era macumba (magia), sino que rezaba. Yo soy católico”.
Y para refrendar los dichos de Vasconcelos sobre la ruda, su compañero Castañeda añade: “Un día me pasan algo verde que mandaba Orlando Aravena y me dicen que había que ponérselo entre las medias. Pregunto qué era. Y me dicen que era ruda. Había que jugar con ruda entre las medias de fútbol”.
Justamente, las cábalas también las tenía Orlando Aravena, de larga trayectoria como jugador y luego como entrenador. En total fueron cinco décadas en una cancha de fútbol. Los que convivieron con él, hablan de un hombre de muchas “costumbres”, incluso de llegar al extremo de no darle la titularidad a un jugador. Como lo relata Castañeda, quien fue dirigido por el ex técnico de la Selección en Palestino ’86. “Nosotros teníamos una gran delantera, con el ‘Torpedo’ Núñez, (Óscar) Fabbiani y Julio Osorio. Y Orlando ponía en el segundo tiempo a Cepillín (Cristian) Olguín. Entraba por Núñez y hacía goles. Entonces, un día le preguntan por qué Olguín no era titular y Aravena solo contesta que así seguirían mientras ganaran. La verdad es que no había una razón técnica, era su cábala”.
Rodrigo Gómez también recuerda a Aravena: “Lo primero que hacía cuando se subía al bus, se sentaba en el primer asiento y se preocupaba personalmente de que se pusiera el casete de los Gipsy Kings”. Además, “al masajista ‘Carlitos’ Bravo lo tenía instruido de todas las cosas que se podían y no se podían hacer (cábalas). Si se rompía el molde, se iba de insultos”.
La ruda de Guede en el Monumental
El técnico argentino Pablo Guede llegó a Colo Colo en julio de 2016. En el primer torneo que disputó, terminó en el quinto lugar y ganó la Copa Chile. Tampoco pudo alzar el primer título nacional de 2017, que es cuando empezó el famoso cuento de la ruda plantada detrás del arco norte, donde está el túnel de salida de los equipos. Todo apunta a que fue el entrenador quien la mandó a colocar, junto en el inicio de la campaña en la que los albos levantaron el título del Transición 2017.
Gonzalo Fierro, integrante de ese plantel, lo cuenta. “Cuando tenía al equipo peleando el campeonato, Guede hizo poner una ruda a la salida del camarín, donde hay un virgen. Y después hubo otra mata que estaba en la salida del túnel, a mano derecha, para espantar los maleficios”.
El ex volante colocolino se acuerda de otra cábala en Concepción. “Esa vez me tocó ir a la banca. Mientras los once titulares fueron a calentar, nosotros nos cambiábamos en el camarín. En eso, entró uno de los ayudantes de Guede y nos dice que teníamos que salir todos, que el camarín tenía que quedar desocupado. Nunca me había pasado eso y entonces pregunté por qué. Me dijeron que Pablo necesitaba el vestuario vacío. Salimos todos, cerraron las puertas y Guede entró. Estuvo cinco minutos y cuando volvimos a entrar, estaba pasado a planta medicinal, menta, ruda, un olor raro. Cuando preguntamos, nos revelaron que tenía una botella de ‘líquido especial’ que le echaban al piso, a las paredes, para espantar las malas vibras. Me sorprendió, porque nunca me había tocado presenciarlo, aunque después entendí el olor que sentía cada vez que volvía de los calentamientos”.
Ramón Fernández, integrante de ese plantel, tiene una versión distinta de la ruda. “El que mandó a plantarla fue el preparador físico Octavio Manera. Él era el hijo de Eduardo Manera, jugador del Estudiantes tricampeón de América. Yo lo tuve en la primera del ‘Pincha’, antes de venir a Argentina. Y él absorbió todas las creencias y cábalas de ese equipo. Por eso, cuando no podíamos ser campeones, hizo que pusieran esa ruda”.
La época de Cacho Malbernat
Estudiantes de La Plata es un hilo conductor en el tema. Otro que pasó por allí fue Óscar Malbernat, compañero de equipo del padre de Octavio Manera, en ese elenco platense, dueño de América entre 1968 y 1970. A Chile llegó en 1995 para dirigir a Osorno, más tarde fue el entrenador de Audax Italiano, Cobreloa, Antofagasta y Coquimbo Unido.
Las historias de Cacho, fallecido en 2019, quedaron en la memoria de sus dirigidos, como Carlos Bechtholdt, quien estuvo con él en Audax. “Malbernat perteneció a un equipo del que se tejieron muchas historias. Hay muchas cosas que después se mantuvieron en el tiempo, como que los buses repetían el chofer cuando ganaban. En Audax repetía siempre las concentraciones, las mismas comidas, las mismas habitaciones. Después hay otras cosas, como cuando le nombrabas al número 13, él se agarraba el testículo izquierdo. También repetía la indumentaria, así hiciera frío o calor, usaba una chaqueta color rojo y no se la sacaba hasta que perdíamos”.
Bechtholdt, quien en diciembre dejó de trabajar en Curicó Unido, confiesa que “Malbernat era muy cabalero, pero era motivacional, lo usaba para unir al grupo. Él nos remarcaba que las cábalas tienen que ver con una creencia o reafirmar algo y no con la inseguridad. Es como usar siempre los mismos calzoncillos o los mismos zapatos en los partidos”.
Uno que lo tuvo a Malbernat en dos equipos, Osorno y Audax, fue Marcelo Zunino: “Era de la vieja escuela, como Manuel Rodríguez y Nelson Acosta. De esos que tenían su lugar reservado para comer y en el bus. Además, tenía la formación de Estudiantes. Siempre andaba con la misma chaqueta cuando ganábamos. Por ejemplo, cuando llegamos a la final del Apertura ’98 con Universidad de Chile, anduvo siempre con la misma ropa. Cuando una vez lo expulsaron, él revoleaba la chaqueta y gritaba ‘Aros, cobrá bien”.
El ex zaguero central audino se ríe y se acuerda de la clásica de los argentinos: “Estábamos cenando en la concentración y llegaban los dirigentes. Y él decía que cuando iba uno en especial, perdíamos, entonces cada que aparecía ese dirigente, nos decía “agárrense el izquierdo, mirá quién vino. Con ese no ganamos nunca’”, rememora y larga la carcajada para cerrar el relato.
“No son cábalas, son costumbres”, como decía Carlos Bilardo, o “reforzamiento sicológico”, como explica Fernando Díaz. Pero son muy comunes en el fútbol. Los que jugaron o actualmente juegan en el torneo chileno dicen que es una creencia adquirida del Río de la Plata.
Igualmente, a esta altura, ya son comunes en todas las canchas del mundo. Basta remitirse a aquella noche del 9 de marzo de 2021, en un partido por la Champions League donde jugaban Sevilla y Borussia Dortmund, en un vacío estadio Sánchez Pizjuán post pandemia. El juez neerlandés Danny Makkelie pita penal para los alemanes y Erwing Haaland toma la pelota. Cuando corre para ejecutar, se escucha claramente el grito de “kiricocho” y acto seguido el portero marroquí Bounou contiene el remate... Más allá de que lo tuvieron que repetir y que, en la segunda oportunidad, el noruego convirtió, las imágenes y la expresión del arquero se viralizaron y quedaron para siempre. El episodio de aquel hincha de Estudiantes que Bilardo usó para llevarle mala suerte a los rivales, había quedado impregnada para siempre dentro de las historias del fútbol.