Pepe Alvújar (61) se lo toma con distancia, pero también con orgullo, cuando le dicen que su popularidad compite con la de varios reconocidos futbolistas a los que retrató dentro y fuera de la cancha. En la revista Don Balón, Alvújar conformó una singular -tan amistosa como competitiva- dupla profesional con Andrés Piña, su partner fotógrafo. Ambos, principalmente, registraron una época que es imposible de resumir en un solo párrafo, pero que contempla hitos relevantes en la historia del fútbol chileno entre 1992 y finales del siglo pasado.
Uno de esos acontecimientos fue el campeonato que conquistó Universidad de Chile el 18 de diciembre de 1994, cuando esos 25 años de sequía eran un karma maldito, con un dramático descenso y un épico ascenso durante el trayecto. Alvújar fue designado por la jefatura para cubrir el partido más importante en un cuarto de siglo para los azules -en compañía del novel periodista Marcelo Palomino- frente a un Cobresal que ya había perdido la categoría, pero que anhelaba despedir la temporada con un imborrable consuelo.
La responsabilidad superior de testimoniar gráficamente un hecho histórico dependió de sus hábiles manos y entrenados ojos, que para esta ocasión debían pigmentarse de azul. Cuando pasen los años y vayan desapareciendo los espectadores directos del 1-1 que le dio el título a la U en el campamento minero, las imágenes capturadas por Alvújar seguirán ahí, imperdurables, para ilustrar una historia que a los chunchos, tres décadas después, sigue emocionándoles como poquísimas otras estrellas de su firmamento deportivo.
Con ustedes, Pepe Alvújar...
El plan
“Empezamos a preparar el partido en El Salvador apenas la U le ganó 1-0 a Universidad Católica (4-12-1994) con gol de (Marcelo) Salas. Sabíamos que el título se iba a definir con Cobresal, por cómo se había dado el campeonato. Tuve una reunión a puertas cerradas solo con Piña. Empezamos a estudiar qué equipo fotográfico había que llevar, qué tipo de lentes había que usar. Sabíamos que si la U ganaba, la cancha iba a transformarse en un campo de batalla. La invasión sería total. No habría ni 40 centímetros de espacio para sacar una foto.
“La conversación giró en torno a una pregunta: ¿Cómo hacemos para que la cobertura no sea tan traumática debido al entorno? El partido de fútbol, como tal, no era un problema. Si había un gol, de alguna manera se tendría el gol. El tema central era el festejo final. Supusimos que sería una situación de lucha, de roce con los hinchas para captar una buena imagen. Decidimos que llevaría un medio tele 70-200, un tele 300 para el partido, un zoom angular 16-35 mm, y apostamos para la celebración por un lente que en la revista había costado comprar: el fish eye (ojo de pescado). Ese lente, a 15 o 20 cm del objetivo, te proporciona un ángulo de casi 180 grados que distorsiona rostros y que, además, tiene el riesgo de que si lo tomas a una distancia un poco más lejana, te hace ver tu objetivo como si fueran hormigas. Pero nos iba a servir para obtener los registros importantes.
“Yo había estado en otras finales grandes, en River, la del ’91 con Colo Colo, en la Copa América del ’93 en Ecuador, cuando en Guayaquil también invadieron la cancha. Había que tener carácter ahí, haciendo fotos con los argentinos que son reporteros agresivos para obtener la imagen, estilo que de alguna manera fui adquiriendo. Cuando se produce una invasión de campo, hay que hacerse respetar, pero también hacer que en esa vorágine, los jugadores te escuchen. Uno tiene que empezar a dirigir la foto, que todos los jugadores se junten no es algo casual, cada uno anda para su lado. Entonces, en esas celebraciones multitudinarias, dentro de lo posible hay que ordenarlos con la copa y aprovechar ese instante. Todo mientras una mano sostiene la cámara y sobre tus hombros cargas el resto del equipo, unos 25 kilos de peso, porque si dejas el bolso a un costado, en cinco segundos, cooperaste.
“Había que agregar una dificultad de esos tiempos que hoy no existe: aún se trabajaba con diapositivas, lo que se conocía como el rollo fotográfico que mandabas a revelar, que era un material muy exigente para el fotógrafo. Si por ejemplo te quedaba medio punto más de exposición, era mala la foto, no había vuelta atrás. Hoy, esa dificultad se corrige sin problemas con las cámaras digitales. Modestamente, creo que un gran porcentaje de fotógrafos de hoy no podrían adaptarse a lo que eran esos tiempos.
“Al final, el plan nos dio resultados. De las pocas imágenes que hay de esa caótica celebración, porque de veras hay muy poco en la prensa chilena, yo diría que éstas son las principales”.
La ida silenciosa
“Salimos la misma mañana del partido desde Pudahuel. El plantel viajó en un chárter donde también iban los árbitros (dirigió Salvador Imperatore), los dirigentes, varios equipos de prensa y algunos contados hinchas, porque casi todos los que tenían entradas habían llegado a El Salvador uno o dos días antes. Yo ni siquiera saqué fotos de la ida, porque entre los jugadores se percibía cierto nerviosismo y no quería importunarlos. Diría que había bastante tensión acumulada. Siempre viajaba atrás porque como tenía que sacar los equipos, mi salida era más lenta. Por eso noté que los jugadores se fueron más bien en silencio.
“Cuando bajamos del avión, el plantel partió rápido, seguramente iban a la hostería a descansar y comer algo antes de irse al estadio. Nosotros partimos a dar una vuelta al pueblo. Puedo asegurar que nunca más volvió a ir tanta gente a ese campamento. Llegamos con bastante antelación al estadio, que a dos horas del partido estaba lleno”.
La seca tensión
“Honestamente, no me acuerdo mucho en detalle del partido. La cancha estaba harto mala, había mucha champa, muy dispareja. Yo iba concentrado en el festejo final, por eso las imágenes de acción nunca me parecieron muy relevantes. Recuerdo, puede que esté equivocado, muy pocas llegadas de la U, hasta que vino el gol de Cobresal. Los hinchas locales estaban todos en la tribuna oficial. El estadio era un 80 por ciento azul, pero cuando hizo el gol Cobresal (Adolfo Ovalle de cabeza, a los 51′), los de la U enmudecieron. Pasó como un minuto que, dentro de la cancha, pareció eterno. Yo siempre estuve detrás del arco de Johnny Pérez, así que en el gol que le hacen a (Sergio) Vargas apenas debo tener la típica foto que se saca con el lente largo desde el otro lado, cuando hay un tiro de esquina. Pero no retuve esa imagen. Solo escuchaba los festejos de la barra de Cobresal y veía que tiraban vasos plásticos a la banca de la U y a (Jorge) Socías, que estaba parado en la pista.
“En el estadio había un ambiente completamente enrarecido, tenso y con una sensación de sequedad. Era una cuestión terrible, porque hoy todos nos acordamos de la celebración, pero a El Salvador habían llegado miles de fanáticos a salir campeones, no a volverse sin nada en las manos.
“Después de ese gol, no noté que los jugadores de la U se pusieran más nerviosos, sí era claro que los de Cobresal empezaron a meterse más atrás y cada vez se sentían más fuerte los cantos de apoyo a la U. Hasta que llegó el penal (78′). Del foul contra Salas no podría decir nada, porque ahí estaba atento más a la trayectoria de la pelota bombeada que a la disputa de los que iban por ella. Pero mi primera impresión fue que Salas a ese balón no llegaba antes que el arquero".
Penal y carrerón
“Tuve suerte que el gol de la U no sucediera de una jugada espontánea, sino que de un penal. Es una situación algo más programable. Y aún así, casi se me va la pelota del cuadro, porque (Pato) Mardones le pegó un bombazo a morir. Cada vez que me encuentro con Mardones en la Liga LIF, donde también saco fotografías, se lo digo: ‘Casi no te tomo la foto del gol’. Porque más encima corrió como desaforado hacia la tribuna que da a la cordillera, donde estaba parte de la barra de la U, y perseguirlo a 2.600 metros de altura tampoco es fácil. Hasta el día de hoy le reprochó que haya salido corriendo tan lejos, y Mardones siempre me contesta que ni se acuerda lo que pasó después de patear el penal, que tiene borrado ese minuto en su vida.
“En todo caso, tenía un plan B con el penal. Le pasé la otra cámara a Marcelo (Palomino), que había decidido ver el partido en la cancha. En aquellos tiempos no sé si el periodista podía hacerlo, pero era tal el desorden que se instaló nomás. Bueno, le paso la cámara y le digo: ‘Marcelo, vos dispara nomás, dispara, no te preocupís por el rollo que está recién puesto’. Yo me quedé con el lente más angular y me ubiqué, pero Mardones le pegó tan fuerte que yo disparé casi instintivamente. Eran cámaras con motor, que sacaban no sé cuántos cuadros por segundo. Era una Cannon EOS1, aún me acuerdo, porque fue de las últimas análogas que se hicieron. Era una máquina top of line: ni una excusa técnica que dar si yo fallaba. Marcelo se cargó a la derecha del arco y yo me quedé en el centro, levemente hacia la izquierda. Si Mardones hubiese rematado hacia la derecha, la foto habría sido de Palomino. Pero le pegó al medio, que era mi lado".
El rito caótico
“La multitud en la cancha era un factor determinante, porque iba a impedir cualquier tipo de organización de una entrega con fiesta, tarima, challas, medallas, etc. Eso no iba a pasar en El Salvador ni en sueños. Lo supe siempre, desde que nos encerramos con Piña a planificar. (Luis) Musrri no iba a recibir la copa, iba a tener que atajarla entre medio de la gente. Y pasó tal cual: la invasión de hinchas a la cancha sucedió como la pensamos. Los hinchas entraron apenas terminó el partido. Hubo 15 minutos de desorden absoluto. Imposible organizar algo parecido a una ceremonia. Era un feliz desastre.
“Llegar hasta el lugar donde pasarían el trofeo fue una epopeya. Fue frente a la tribuna principal, en medio de la pista de no sé bien si era tierra o ceniza, ni siquiera sabía dónde estaba pisando. Me sentía como si me llevaran en andas, al igual que como tenían a los jugadores, entre empujados, abrazados y tironeados. Me puse al lado de Vargas, porque pensé que en algún momento también le llegaría la copa. Veo que están Salas y más atrás (Luis) Abarca, y me pegó a ellos para que la masa descontrolada de hinchas no me aleje. Quedo a espaldas del Bombero (Ibáñez) y junto a (Raúl) Aredes y, de repente, veo a Musrri que ya está alzando la copa y los hinchas vueltos locos. Le pongo el fish eye prácticamente al lado y empiezo a obturar. Si Musrri hubiese girado a su derecha, habría quedado completamente de espaldas y otro cuento estaría contando. Pero quedé entre una muchedumbre eufórica, casi recibiendo la copa con los jugadores. Todo en medio de una locura.
“Yo, que estaba casi al lado de la noticia, nunca supe quién entregó la copa. Hasta hoy no sé, ni tampoco pregunté. Fue tan caótico para los fotógrafos que 30 años después nunca he visto en ninguna parte una imagen cuando el capitán de la U recibe el trofeo de manos de una autoridad. (N. de la R: A El Salvador viajaron Ricardo Abumohor y Darío Calderón, presidente y vicepresidente de la ANFP en aquel entonces. Abumohor entregó la copa).
“Yo todavía creo que captar ese instante fue un milagro fotográfico, porque además estaba oscureciendo y tuve que aplicar flash, con una película especialmente dura, porque la técnica del flash en movimiento, para sacar diapositivas, requiere de algo más que experiencia. Si hoy pudiéramos sacar las fotografías de la entrega de la copa con una cámara digital, tendríamos más luminosidad y un detalle que, por la tecnología de ese entonces, no pude capturar: el polvo en suspensión. Cuando los hinchas entraron a la pista corriendo y decenas de ellos empezaron a sacar el pasto de la cancha para quedárselo como recuerdo, el movimiento de la gente hizo que se comenzara a formar una atmósfera espesa, como si hubiera polución. Y cuando el sol se colaba en los rostros o figuras de los jugadores, la imagen de esa mezcla resultaba muy hermosa. Lamentablemente, la calidad de las cámaras no la pudieron reflejar".
El desborde total
“Para tomar una foto de cerca de los jugadores, debes tener confianza con ellos; que te acepten, que te quieran y que fueras parte de la manada. Así eran, y son, los futbolistas. En aquella época teníamos mucha cercanía con los jugadores, con todos... De la U, de Colo Colo, de Católica. Con los de la U, yo tenía muy buena onda con Salas, (Rodrigo) Goldberg, (Sergio Vargas) Superman.
“Cuando me topé con Marcelo Salas en la cancha, él iba junto a unos hinchas celebrando, mientras los otros ya estaban dando una vuelta olímpica que era cualquier cosa. Salas estaba junto a uno de los líderes de la barra de aquel entonces y otro jugador. Me vieron llegar y posaron para la foto. Luego, le di un abrazo sin decirnos nada. Marcelo estaba muy emocionado, había sido un año espectacular y él era alguien cercano; había ido a la revista un par de ocasiones a pedir alguna de sus fotografías, en los viajes a regiones compartimos con ellos y existía un vínculo de aprecio mutuo que en estas circunstancias es difícil de disociar. Él era uno de los más buscados por los hinchas y tenerlo, aunque fuera unos pocos segundos, no había que desaprovecharlo.
“Tengo que decir que los hinchas que entraron a la cancha esa vez no lo hicieron a destruir ni armar desórdenes. Querían ser parte de la fiesta y abrazar a los jugadores que por fin terminaban con una época nefasta. Yo por lo menos nunca me sentí amenazado físicamente. Lo único era que, en su efervescencia, corrían detrás de todos los jugadores o de quienes llevaran el buzo de la U, fueran jugadores o utileros, sin fijarse que habíamos algunos trabajando. En esas condiciones, era una cobertura muy fácil para equivocarse, y lo que se necesitaba era conseguir fotos extraordinarias, porque la situación era irrepetible".
Misión cumplida
“La salida del estadio debía ser presurosa, porque el piloto del chárter nos había advertido que del aeródromo de El Salvador no podía despegar si se hacía de noche. Como la celebración se extendió tanto, los jugadores se fueron al camarín a duchar y cambiarse de ropa muy apuradamente. Del estadio al aeródromo habría unos 15 minutos en auto, pero fue otra odisea llegar, porque obviamente los hinchas también partieron para allá. Y no se hicieron problemas para meterse hasta la losa de la pista.
“Cuando entramos a la cabina del chárter, la primera sorpresa fue que había pasajeros que no estuvieron en el viaje de ida y que, por razones desconocidas para mí, se subieron al avión. El nivel de locura por regresar con el equipo fue total. La pobre azafata, que trataba de ordenar a los pasajeros, desocupar el pasillo y controlar que los asientos estuvieran ocupados por una persona y no dos, seguramente nunca en su vida olvidará ese vuelo. El olor a alcohol además era insoportable, pero no porque estuvieran abriendo botellas ahí mismo, sino porque las camisas y los pantalones de los jugadores estaban pasados a champaña desde que salieron del estadio.
“El despelote seguía en la pista, los jugadores seguían saludando a los hinchas que estaban en la losa. El Huevo (Esteban) Valencia y Nelson Cossio en las escalinatas no paraban de dar abrazos. Fue el cierre de la escotilla más alegre que he visto en mi vida. Los jugadores cantando y dedicándole el título al Pipo Gorosito y al Beto Acosta, no muy educadamente, tanto así que uno de los dirigentes puso algo de límites advirtiendo a los más eufóricos que en el avión viajaba prensa de televisión y que perfectamente los podían estar grabando.
“La escotilla se cerró una vez que llegó Aredes, que venía atrasado por el control doping y ya tenía nerviosos a todos porque se había hecho de noche. El argentino era un tipo muy gracioso. Apenas entró a la cabina y vio que todos estaban medio inquietos, mostró la medalla de campeón y dijo: ‘Ché, con ésta me nombran gobernador de Tucumán’, y todos soltaron una gran risotada.
“Una vez que despegamos, aproveché de hacer algunas producciones fotográficas para unos especiales que publicaríamos más adelante, dentro de lo que se podía, porque circular por ese pasillo era imposible, había una evidente sobrepoblación de pasajeros y todos estaban mezclados. Fue más fácil juntarlos en la cancha de El Salvador que arriba del avión. Hasta que aterrizamos en Santiago, entre gritos, aplausos y la sensación de que todos habíamos cumplido el objetivo.
“Yo le tengo un cariño muy especial a ese equipo de la U. Más allá de los colores que se siguen cuando se es niño, una vez que empiezas a trabajar en esto, de verdad te conviertes en hincha del fútbol. Y esa cobertura en El Salvador coronó un muy buen año profesional, por eso la atesoro en mi corazón como uno de mis documentos favoritos”.