Se da la cruel paradoja de que aquellos que más proclaman, vociferan y juran que quieren a su club más que cualquier otra cosa, son los que más lo dañan. Dicen estar dispuestos a dar la vida, y a veces, dolorosamente, la dan. Por pequeñas y ruines razones.
Afrontando finalmente un problema que han ignorado por décadas, el flamante ministro de Seguridad advirtió varias cosas. Que se hará una investigación administrativa para determinar responsabilidades; un sumario policial para saber la verdad sobre la muerte de dos adolescentes por la acción de Carabineros y, finalmente, un proceso penal para que sea la justicia la que aclare cómo opera un procedimiento que avergüenza por su inoperancia para garantizar la vida de quienes asisten a los espectáculos deportivos. De paso, descabezó a Estadio Seguro, una de las entidades más inútiles en la gestión del Estado: jamás se supo para qué existía y qué es lo que hacía.
Puntualizaba además Luis Cordero una cuestión que pocas veces se dijo con todas sus letras desde La Moneda. Las barras bravas serán consideradas como “organizaciones criminales”, adquiriendo finalmente un estatus legal acorde con su historia. Ni hinchas, ni barristas, ni energúmenos, ni delincuentes, ni mandriles ni víctimas involuntarias del sistema. Son organizaciones criminales que han creado una cultura que manda al sacrificio a niños y jóvenes poniendo en riesgo su vida y su integridad física en nombre de los colores, sin que les importe un comino el club, su historia o su presente deportivo.
Las dos muertes del Monumental deben agregarse a un inmenso dossier de catástrofes que han ido quedando ocultas tras un manto irresponsable de asignación de culpas sin castigo. El fútbol chileno acumula una lista impresionante de postergaciones, suspensiones, cancelaciones y reprogramaciones ante su infinita incapacidad para organizar pero también para sancionar. Todos -incluidos los directores de Colo Colo, enfrentados en tribunales por la violencia interna esta semana- estamos convencidos que caerán sobre la institución las penas del infierno, algo que, para la orgánica interna, no existe. Siempre se libran, sin penas, castigos ni remordimientos.
La semana que comienza es la del Centenario, que se conmemora en el peor de los escenarios. Dolidos, de luto, humillados, sin argumentos, acusados de no querer jugar un Superclásico, con una inversión que jamás podrán cubrir con las sanciones que se vienen y con nefastos liderazgos internos. Colo Colo y las universidades deberían haber liderado la búsqueda de respuestas adecuadas para la violencia que nos envenena, pero en lugar de eso se convirtieron en los principales cómplices de un sistema que opera para dejar en primera línea a los que sólo pretenden clavar un cuchillo en el corazón del juego.
Los barristas ultras viajan protegidos, reciben el más cariñoso y fiel saludo de los jugadores y reciben trato especial para ingresar a los recintos. Son, en palabras del ministro, “organizaciones criminales” que no han sido investigadas, ni individualizadas ni marginadas. Seguimos pensando que detrás de sus cantos y arengas hay una cultura bulliciosa y sana, pero esos núcleos han sido incapaces de aislar y sancionar a quienes los van a privar, otra vez, de “alentar desde el tablón”.
Colo Colo celebra, otra vez de luto, su cumpleaños más infeliz, más doloroso y vergonzoso. Ojalá el peso del Centenario, graficado en joyas publicitarias que ya se escondieron o en noticias que han dado la vuelta al mundo, les sirva para encontrar las lecciones de un club que nos llena de orgullo, por sus logros deportivos y la calidad de sus ídolos. Eso que algunos gritan y juran querer sin tener idea de lo que se trata.