Cuando finalizó la eliminatoria de la Copa del Mundo de 2002, Chile fue último. Los tres partidos finales en el Estadio Nacional, empate 2-2 con Bolivia, inédita derrota con Venezuela (0-2) y un deslavado 0-0 con un clasificado Ecuador, resultaron una tortura. Confieso que jamás pensé que se repetiría este capítulo, menos cuando en 2017 se anunció que en el nuevo formato de los Mundiales, la Conmebol tendría seis cupos y medio.
Pero el fútbol chileno nunca deja de sorprendernos, menos en la actual crisis institucional y estructural que atraviesa, con largueza la mayor de su historia. Al terminar la fecha 13 de las eliminatorias al Mundial de 2026, Chile se ubica último y su puntaje no llega a los dos dígitos (9). El martes espera a un sólido Ecuador, que superó con holgura a Venezuela en un mentiroso 2-1. En el desarrollo de la mayoría de los partidos, la Roja debió llevarse algo más, pero nunca ofreció la cuota de jerarquía suficiente para dar el salto de calidad que las circunstancias demandaban.
Con Eduardo Berizzo, Chile mereció la victoria en el Monumental ante Colombia y Paraguay, en dos empates 0-0. En el primero fue superior durante 70 minutos; en el segundo, sin jugar bien, estaba para ganar. Bajo el ciclo del actual técnico del León de México, la Roja no recibió goles en Santiago, en un proceso que apuntaba a encontrar con urgencia, en medio de la competencia, el funcionamiento y recambio necesarios, luego del paso lamentable del aventurero Francis Cagigao, un símil en el siglo XXI del alemán Rudi Gutendorf. Su contratación es una decisión inentendible de Pablo Milad. Ahí dilapidó enormes recursos.
La salida de Berizzo fue un error, pero el directorio jamás se jugó por defender el proyecto. Escucharon el ‘aplausómetro’ y lo dejaron caer, con el indecente escupitajo que el argentino recibió en Sausalito por parte de unos energúmenos en el triunfo sobre Uruguay en los Juegos Panamericanos. Ese gesto cobarde definió la renuncia del Toto, quien cobró solo hasta el último día de trabajo.
Las redes sociales y el medio futbolístico en general exigieron a Ricardo Gareca. Milad les dio en el gusto. La Copa América fue el campanazo. Sin goles a favor y eliminados en primera ronda, a la hora de medirse por los puntos, el equipo no encontró respuestas. Vino la ignominiosa caída con Bolivia y el derrumbe total. Ese cachetazo marca el destino. Ahí se terminó el crédito del “Tigre”. La realidad es que, con esos tres puntos, que siempre consideramos en el bolsillo, estaríamos con vida en la disputa por el repechaje, el lugar al que de manera realista el fútbol chileno puede aspirar en estos tiempos.
La actual regencia de la ANFP, cuyo eje de poder radica en Milad y Jorge Yunge, carece de los atributos para conducir un proceso de esta naturaleza. Sus trayectorias como dirigentes de Curicó Unido y Rangers, estuvo signada por la discreción y la escasa ambición. Sus objetivos eran evitar el descenso, gastar lo menos posible. La lógica de marcar el paso. Eso no sirve en puestos relevantes, como dirigir los destinos del país futbolístico.
Los controladores del Consejo de Presidentes sabían el peso de ambos, tenían claro que no daban el ancho después de su gestión inicial, tras el golpe de Estado que sufrió Sebastián Moreno. Por eso es tan grave que se hayan desplegado y jugado por su reelección. Era un designio casi divino que todo concluiría de la peor manera. Nadie puede sorprenderse del desastre que vivimos, donde la situación casi terminal de la Selección Chilena es la cara más visible del decadente momento.
Ojalá el martes Chile venza a Ecuador, que trae jugadores de Champions League, Premier League, Bundesliga y Ligue 1. Se extendería la agonía, pero, como dice Gareca, mientras los números den, habrá que aferrarse a la ilusión. Si se pierde o empata, lo razonable es mantener el entrenador, que termine el contrato, pero con una salvedad: prescindir de manera definitiva de los futbolistas de la Generación Dorada, en lo que sería la tercera eliminación en línea de un Mundial.
La tarea es conformar un equipo con jugadores menores de 32 años, que concluyan la participación en la eliminatoria, y dar vuelta la página de manera definitiva. En perspectiva y en esta coyuntura, hubo egoísmo de varios de los protagonistas centrales de una etapa gloriosa del fútbol chileno. Ellos decidieron cuándo irse, con la complacencia del grueso de la crítica y la hinchada. Era vital elaborar una transición ordenada, pero no ocurrió. La dirigencia, de manera oficial o a través de trascendidos, nunca apoyó a los entrenadores que buscaron el recambio.
Así estamos. Casi fuera en una eliminatoria que otorga seis plazas y media. Resultaba imposible volver a la pesadilla de 2001. Sin embargo, lo conseguimos.