Creo firmemente que Chile está ultimo en la tabla clasificatoria y sin ninguna posibilidad de llegar al Mundial por las malas decisiones técnicas adoptadas en este proceso. Por ende, el principal responsable, en mi criterio, es el entrenador Ricardo Gareca. No está solo, obviamente, porque los jugadores a los que les ha entregado la confianza y la camiseta no han estado a la altura de las exigencias. A algunos porque la soberbia y la embriaguez de los éxitos conseguidos no les permitió percatarse que están lejos del nivel de hace una década y otros, simplemente, porque no han podido rendir a la altura de las circunstancias.
Es verdad que en su momento la opción de Ricardo Gareca fue abrazada con optimismo por la inmensa mayoría, pero también lo es que el propio técnico no supo encontrar las respuestas adecuadas después de una Copa América que resultó devastadora para su sistema. Aferrado a un dibujo táctico y a sus primeras elecciones, fue sucumbiendo ante los resultados hasta quedarse sin respuesta ante la evidente superioridad de sus rivales.
El punto más bajo de su desempeño fue la derrota ante Bolivia en casa, histórica y dolorosa, y a partir de allí Gareca no ha cumplido con las parámetros mínimos que su cargo conlleva: ir a los partidos de la competencia local, trabajar en Juan Pinto Durán, evaluar adecuadamente a quienes actúan en el extranjero y realizar una labor significativa para el entorno. Entusiasmar, convencer, explicar, corregir. Comunicarse y hacer presencia, en otras palabras.
Creo también firmemente que la peor estrategia para evaluar estos fracasos es maximizar las razones y universalizar las culpas. Los problemas estructurales del fútbol chileno son históricos, hemos sido capaces de superarlos en muchas oportunidades y hemos saltado vallas complicadas para realizar campañas inolvidables. Pero, debo asumir, jamás hubo un panorama tan desolador acompañando un tránsito hacia la Copa del Mundo. Y por eso que tan culpable como Gareca es la ausencia de una jefatura que califique adecuadamente su trabajo, que establezca exigencias, que entregue plazos perentorios y una evaluación mínima de su pésima gestión.
Para decirlo con toda claridad, Gareca no tiene un jefe a quien rendirle cuentas porque la presidencia de Pablo Milad es un proyecto rotundamente fracasado. No es capaz de organizar campeonato, de liderar el Consejo de Presidentes, de encauzar adecuadamente los procesos juveniles, de establecer una relación mínima con las autoridades políticas y policiales, de ponerle coto a las decisiones judiciales y reglamentarias en la definición deportiva de los clubes; no ha establecido lazos de comunicación con los medios y, por ende, la brecha con los aficionados es cada vez mayor. Suma descréditos y su menguada capacidad organizativa no alcanza siquiera para disimular las increíbles decisiones que se han tomado en Quilín.
La caída libre de su gestión no parece tener fin y, por lo mismo, no es posible aspirar a un golpe de timón en el tránsito del seleccionado. No puede cesar al técnico, ni tiene plan B en caso de que Gareca renuncie. Desde el fracaso de la Sub 20 en el Sudamericano no ha sido capaz de impulsar un cambio significativo de cara al Mundial y sólo se sostiene en su cargo por el apoyo que le brindan los clubes -y sobre todos los más influyentes- que creen ver en su falta de liderazgo un beneficio para seguir imponiendo sus planes.
Es verdad, lo que muestra Chile en la cancha es pobre, insuficiente y casi depresivo. Y las culpas deberían quedarse allí. Pero lo que pasa afuera de la cancha es inmensamente peor. Hemos estado otras veces en el fondo de la tabla y fue doloroso y triste. Pero nunca estuvimos tan al fondo del pozo en materia institucional. Y así, cualquier cosa que se plantee seriamente no tiene sentido.