No se altere: lo peor está por venir.
Porque cuando se haya decretado la eliminación matemática de la Selección del Mundial 2026, volveremos a escuchar y ver lo mismo que hemos oído y leído desde hace meses, posiblemente con menos dramatismo, pero con mucha más rabia.
No se amargue: siempre se puede seguir mal.
Imagínese que cuando ya no estén las figuras de la Generación Dorada, a la que finalmente jubilarán los malos rendimientos y los pésimos resultados, llegará el ansiado recambio. Que no es otro que los jugadores que de a poco se han instalado en la Roja, con el balance ya conocido.
No se entristezca: ellos ni se lamentan.
Asuma que los directivos que gestionan a la Selección desde la ANFP no les sale su notoria ineptitud ni por curaos; y que el único que da la cara, tiene un marcado rasgo narciso que, con tal de figurar, ni le importa que el contexto sea el menos adecuado.
No se descargue con Gareca: para allá vamos todos.
El hombre viene en declinación, se ha ido poniendo viejo, le cuesta reconocerlo, le da pereza revisar videos, leer informes técnicos, probar movimientos tácticos, analizar posiciones, hacer cambios en los partidos; prefiere el sillón con el mate cebado a ir a tomar frío (o calor) al estadio, y jugar con los nietos, claro, el afecto incondicional de los nietos es impagable.
No se olvide del arbitraje y del VAR: está permitido evadir responsabilidades.
La socorrida excusa del saqueo arbitral, de los manejos turbios de los tunantes de la Conmebol o del VAR de medio pelo que implementamos en Sudamérica, con esas líneas que dejarían infartado a Euclides, siempre estará a mano para irse a dormir sin el peso de que el problema es insoluble.
No culpe al periodismo: todos nos equivocamos.
Empatice con la patológica disociación que vive el periodismo deportivo: debe criticar a una industria destruida por la ineficiencia directiva y el negociado de los representantes, y después de la tanda comercial, cada vez más exigua, comentar partidos que no se sabe cuándo, dónde y cómo se juegan... y si es que terminan.
No haga zapping con los exfutbolistas-panelistas: quédese a escuchar a los que cruzaron la vereda.
Recline el sofá, abra el paquete de cabritas y distiéndase. De la Selección y sus jugadores no sabrá nada. Pero en una hora se pondrá al día con las historias que los panelistas desmintieron cuando fueron jugadores, de las sufridas experiencias en Europa que los hicieron madurar como personas, de las anécdotas que aquilataron en las concentraciones, de la amistad, el respeto, la nobleza y la lealtad. Ah: y que ahora sí que comprenden la ingrata labor del periodista.
No diga nunca más: el fútbol es una pasión insobornable.
Póngase una mano en el corazón (y otra en el bolsillo). Reconozca que apenas comience un nuevo ciclo, usted de nuevo se pondrá en la fila, maldiciendo porque la entrada es carísima y el espectáculo muy pobre, pero convencido de que hay que estar ahí, apoyando, comprando la nueva camiseta, alentando y esperando que ahora sí, ahora que la FIFA inventará un Mundial con 64 selecciones para el 2030, esta vez sí que volvemos a las ligas mayores.