Limache debutó en el fútbol grande frente a Colo Colo, en el Monumental. Le arrancó un empate y la gran figura fue Daniel Castro, delantero hábil y escurridizo cuyo apoyo es Popín. Popín nació en Campiche, cerca de Puchuncaví, comenzó a jugar al fútbol en Quintero y pocas veces pudo escapar de la zona para tener más oportunidades en la vida. Estuvo en Unión La Calera, General Velásquez, Wanderers y cuando fue a la Unión Española, en plena pandemia, jugó once partidos y no anotó ni un solo gol. Volvió, como varias veces, a Deportes Limache, que es su lugar en el mundo.
Al final del partido ante los albos, el puñado de hinchas que acompañó a Limache en su primera hazaña, levantó con orgullo las banderas y bufandas que destacan el carácter cervecero del grupo, no por lo que beben, sino por una rémora del pasado que los transporta a los años de gloria, cuando la planta de CCU estaba en la ciudad, pero que ya cerró y su pesada estructura se convertirá en museo y centro cultural, si es que alcanzan los recursos.
Castro, o Popín, le dedicó el empate a César Villegas padre, el dueño del club, aquejado de un cáncer, que es el verdadero artífice del milagro limachino. Hincha fanático del fútbol y antiguo presidente de San Luis, el empresario ligado al transporte de la minería no sólo dotó de un bus de alta gama al plantel; también lo llevó de Tercera a Primera aceleradamente, provocando un problema de extraña raíz. Sus hijos le regalaron la propiedad del club de sus amores, San Luis de Quillota, para que vendiera Limache, ya que la ley prohíbe tener dos clubes en la misma categoría.
Al final, Limache subió, San Luis se quedó y la familia administra ambas instituciones sin mayor conflicto legal ni sentimental, salvo que el elenco cervecero no tiene estadio para jugar, ni cancha para entrenar, en otro caso que refleja la realidad del fútbol chileno. Para hacer de local deberá desplazarse a Quillota. O a La Calera, que es donde practica.
Todas alternativas que no molestan a Víctor Rivero, el entrenador, que al mismo tiempo es yerno de Villegas, el dueño, y cuñado de Villegas hijo, el presidente. Rivero fue arquero -casi siempre suplente- en San Luis, La Calera y Municipal Limache, y como entrenador hizo sus mejores campañas en la zona del Aconcagua, donde ganó prestigio como técnico riguroso, serio y amante del contragolpe rápido y certero, donde ahora Popín brilla y festeja. Por ejemplo, el ascenso a Primera y el debut frente a Colo Colo, que hizo exclamar a Villegas -el hijo- que había jugadores en Colo Colo con cuyo pase se podía costear la plantilla completa de su equipo, refiriendo en este caso a Limache, y no a la de San Luis, que es aún más barata.
Épico igual fue silenciar a las treinta mil personas que fueron al Monumental a aplaudir al plantel más millonario conformado en la historia del fútbol chileno, para pelear la Libertadores, retener el título y celebrar el Centenario. Popín Castro no sólo les dio un baile, sino que pudo marcar un par de goles y volvió locos a los defensores de Jorge Almirón, que miraba sorprendido la evolución del pleito ante un equipo que vino a plantarles cara en su propia casa.
Y cuyo origen, a modo de metáfora, puede ser toda una señal. A Deportes Limache le dicen “El Tomate Mecánico”, lo que es un chiste, claro. Pero los hinchas, la gente y la ciudad están orgullosos de la vinculación porque si algo los distingue es el tomate de la zona, que se remonta a los hermanos Giovanni y Blass Canessa, dos genoveses que trajeron las semillas y las cultivaron durante décadas. El fruto de tanto esfuerzo fue un producto grande, jugoso, rojo como una Ferrari y algo deforme, que tenía dos defectos: era feo y duraba muy poco, apenas cuatro días. Por eso, cuando se gestó una variedad híbrida, de piel más gruesa y forma más atractiva, el inconfundible sabor original desapareció del valle por 35 años.
A los Villegas -padre e hijo- que son de Quillota, poco les importó. Lo de ellos eran las chirimoyas y las alcayotas. Las paltas, quizás. Pero junto con su llegada Limache, el tomate tradicional empezó a volver, gracias a un esfuerzo del Indap y la municipalidad, que lograron ponerlo nuevamente en el mercado, con señalado éxito entre quienes piensan que la ensalada debe ser sabrosa y colorida, sin importar su aspecto o duración.
Limache quiere lo mismo. Aunque muchos teman por la duración del milagro, por la ausencia de infraestructura básica o la precariedad del plantel o el conflicto que pudiera significar una campaña discreta para la tranquilidad familiar del entrenador y su entorno, quieren que el sueño perdure, que el edificio de la CCU se haga museo, que Popín siga celebrando y que el Tomate se mantenga en la categoría y, por qué no, llegue a alguna copa internacional. Para envidia de toda la zona. Y felicidad de la familia, algo que, en estos tiempos de empresarios, financistas y depredadores, escasea en el fútbol.