“No podemos romper el espectáculo y la normativa de la Supercopa, que se ha jugado siempre en un partido. Hacerlo de otra manera nos genera problemas: por ejemplo, ¿cómo se entrega la copa si gana uno o el otro?”. Pablo Milad, en su afán por explicar el intenso calvario veraniego de la ANFP para encontrar una sede para jugar la definición entre Universidad de Chile y Colo Colo practicó, otra vez, uno de sus deportes favoritos: la divagación sin argumentos.
Bastará recordarle que hace pocas semanas el organismo que preside fijó la final de la Copa Chile en el Estadio Nacional, habiendo clasificado sólo la Universidad de Chile para esa instancia, sin importar “romper la normativa” del certamen -que suponemos exigía una cancha neutral- y mucho menos preocuparse por la eventualidad que Ñublense hubiera ganado el trofeo en “cancha ajena”.
Es una pésima manera de comenzar el año. El primer partido de la temporada dejó tempranamente en evidencia las enormes dificultades del ente rector, que se humilla en un interminable peregrinaje por las delegaciones presidenciales recibiendo portazo tras portazo. Primero en Concepción, luego en Temuco y La Serena.
Olvidó tempranamente Milad una de las pocas estadísticas positivas durante su gestión, ya que la asistencia a los estadios mostró una recuperación sostenida tras las crisis derivadas de la pandemia, el estallido y la violencia desatada en años anteriores. Olvidó también que la Supercopa del 2023 fue un bochorno, con pésima organización, desmanes incontrolables y un partido que terminó de jugarse ocho meses después de haberse iniciado.
En la majadera costumbre de enredar lo simple, Milad dejó de lado el pragmatismo para ponerse lírico, añorar las finales en estadio neutral y la entrega tranquila de una copa. La temprana oferta de jugar ida y vuelta esa final, en rigor, fue una idea lanzada ante la posibilidad de que se tuviera que haber jugado una definición del campeonato frente a una igualdad de puntos, lo que estuvo a un tris de consumarse.
Jugar en dos estadios tiene ventajas empíricas: mucho más público, más recaudación, los clubes se hacen cargo de la organización y se evitan los desplazamientos en una época de alta congestión turística. En la ciudad que la ANFP elija, los protagonistas deberán someterse a las reglas de la autoridad policial y política, bajando considerablemente el aforo del recinto elegido. Son 8 mil personas en Temuco, por ejemplo, contra 80 mil en la suma del Monumental y el Nacional.
¿Que no está estipulado quién debe terminar de local? Pues sortéenlo, con todas las de la ley. ¿Que las recaudaciones de las finales en partido único van a las arcas de Quilín? Pues negocien un acuerdo adecuado para las tres partes involucradas, incluyendo los gastos de seguridad que implica la organización. Fue casi tierno escuchar a Milad decir que ya tenían dispuestas “las vallas necesarias y los guardias para Temuco”, creyendo que las “barreras papales” y un grupo de veteranos con uniforme bastan para contener a las barras bravas.
El presidente del fútbol sabe que está solo. Que no cuenta con el gobierno ni con las fuerzas policiales; que Estadio Seguro no tiene peso y que al Consejo de Presidentes todo le interesa un cuerno si en la pasada no hay un beneficio económico para los dueños. Y por eso no debería arriesgarse con afanes y discursos líricos sobre una final única, que sólo sirve para recordarnos que para sueños románticos no hay espacio en el fútbol chileno.