La carrera de los futbolistas suele comenzar de forma prematura, con años de esfuerzo y dedicación desde la infancia. Sin embargo, en el fútbol chileno hay historias que escapan a la norma, relatos que rompen el molde y dejan valiosas enseñanzas. Uno de esos casos es el de Gonzalo Barriga.
Antes de pisar una cancha como profesional, Barriga se había titulado como ingeniero en Recursos Humanos en Duoc UC. A los 24 años, trabajaba como jefe de área en una red de clínicas veterinarias, llevando una vida estable y sin mayores sobresaltos.
En paralelo, su amor por el fútbol lo mantenía activo en ligas amateurs durante los fines de semana. Lo que no imaginaba era que aquel pasatiempo pronto se convertiría en su destino.
“Luego de verme jugar, un día me llamaron para ofrecerme ir a Deportes Melipilla. No lo creí y corté, pensé que era una broma. Luego volví a contestar, me probé por así decirlo, pero no acepté por temas laborales”, recuerda en conversación con En Cancha Prime.
La incredulidad lo llevó a rechazar la opción de cumplir su sueño. Pero en esta historia, fue el sueño el que terminó persiguiéndolo hasta convencerlo de dar un giro radical en su vida y lanzarse a lo que parecía una locura.
“Me preguntaron cuánto quería ganar para dejar mi carrera y dedicarme al fútbol. Les dije que me igualaran el sueldo y me arrendaran una pensión para vivir. Cumplieron y firmé”, cuenta.
El comienzo de un sueño
Con el sueño hecho realidad, su carrera tomó un impulso meteórico. Una destacada campaña con Deportes Melipilla en la Primera B de 2009 lo posicionó como una de las grandes revelaciones de la categoría. Sin embargo, tras una sanción administrativa al club, tuvo que dejar a Los Potros y firmó por Unión La Calera en 2010, donde el técnico Emiliano Astorga lo convenció personalmente de unirse al club cementero.
“Logramos un ascenso histórico y después no paramos. El plantel tenía sed de triunfo y llegamos a las semifinales del Torneo de Apertura 2011 en nuestro primer semestre. Fue una experiencia soñada, no lo podía creer”, relata.
Ese fue solo el punto de partida. Luego de un gran semestre con La Calera, Barriga fichó por Unión Española, donde perdió la final del Clausura 2012. Más tarde, su destino lo llevó a O’Higgins, con el que en 2013 se coronó campeón del fútbol chileno.
Posteriormente, vistió la camiseta de Santiago Wanderers, equipo con el que en 2014 peleó el título hasta la última fecha, una historia que se repetiría en su regreso a O’Higgins en 2016. En cada club donde jugó, Barriga estuvo en la lucha por cosas importantes.
“No sé si llamarlo suerte, pero yo creo que no es al azar. La gente que se esfuerza, que es respetuosa en el trabajo y que aporta al grupo, recibe cosas buenas. En cada equipo donde jugué, peleamos por algo. Para mí no es suerte, nada llega solo”, reflexiona.
Cuando se trata de hablar de su hogar futbolístico, Barriga no duda. “Me quedé a vivir en Rancagua, O’Higgins es mi casa, soy hincha del club ahora. Los mejores logros deportivos los viví acá: ser campeón, pelear torneos… es algo inigualable. Incluso llegué a la Selección Chilena, fue un momento soñado”, rememora.
Tras una carrera más que destacada, en 2019 decidió ponerle fin. “No me costó retirarme. En 2018 volví a Unión La Calera, pero al final de temporada a mi esposa le detectaron una enfermedad renal y debíamos quedarnos en Santiago. Tenía opciones lejos, y entre estar allá jugando y ganando lo justo, opté por colgar los botines en silencio, con el sueño cumplido”, confiesa.
Que fue de Gonzalo Barriga
El retiro no fue un proceso traumático para Barriga. La profesión que había ejercido antes de ser futbolista facilitó su reinserción en el mundo laboral y le permitió enfocarse en nuevos desafíos.
“Ya había estudiado y fundé una empresa de turismo con mi hermano, pero lamentablemente tuvimos que cerrarla por la pandemia, que golpeó a muchos emprendedores”, lamenta.
Hoy, su presente es distinto, pero igual de satisfactorio. “Estoy estudiando, tranquilo. Tengo una empresa de piscinas de fibra y construcciones básicas con gente muy capacitada. Puedo disfrutar de mis hijos y mi familia, soy feliz”, asegura.
A diferencia de muchos colegas, su transición fue más sencilla. “Yo ya conocía el mundo real. Sabía lo que era tomar micro, pagar cuentas, ayudar en la casa. Haberme hecho profesional a los 24 años me dio una ventaja: entendía la vida fuera del fútbol”, explica.
De hecho, este fue un tema recurrente en los camarines donde estuvo. “Siempre les decía a mis compañeros que no invirtieran en autos, que compraran terrenos, que estudiaran online, que sacaran una carrera y aprovecharan el tiempo. La carrera del futbolista es impredecible. Si te lesionas y no te recuperas bien, pierdes todo. Muchos creen que el fútbol es color de rosa”, advierte.
Hoy, ve el fútbol desde lejos, con la nostalgia de quien cumplió un sueño que parecía inalcanzable. “Lógicamente lo extraño, pero sigue siendo parte de mí. Lo practico con amigos y soy entrenador ad honorem de algunos equipos de adultos. Estoy feliz”, concluye.