Mi padre –el Aldo Rómulo original- conoció al “Divino” Zamora. Para hacerlo tuvo que hacer la cimarra, lo que le costó un castigo inolvidable.
El Mundial de 1934 se jugaba en Italia y los españoles, que le ganaron por 3 a 1 a Brasil en su partido inaugural, debían enfrentar a la azzurra en Florencia. Se concentraron en Rapallo, en la costa de Liguria, y entrenaban en el pequeño estadio local. Zamora, el Divino, ya era toda una estrella. Sin rejas que dividieran la cancha de los aficionados, los niños saludaron al portero de la selección española el día previo a la partida hacia Florencia, que sería la sede del enfrentamiento.
El partido del 31 de mayo terminó empatado cero a cero y fue una carnicería, por la violencia inusitada con que se jugó. El empate no obligaba ni al alargue ni a penales, sino a otro partido completo a disputarse… un día después, en el mismo estadio.
Mi padre me contó que todo Rapallo siguió el duelo a través de una de las pocas radios del pueblo. Y no fue alivio, sino desazón lo que provocó la lesión del arquero, que no jugó la revancha -al igual que otros cinco compañeros- porque tenía las costillas rotas. Italia ganó 1 a 0, sería campeón y las medallas las entregaría Benito Mussolini.
Zamora fue el primer gran ídolo del fútbol europeo. Identificado con el Español, jugó y ganó ligas para el Barcelona y el Real Madrid. Era agresivo para ocupar el arco y solía rechazar los centros al área utilizando los codos. La guerra civil lo sorprendió en Madrid, donde fue detenido por los milicianos de la República. Condenado al pelotón de fusilamiento, salvó gracias a los desesperados esfuerzos de sus admiradores, que lo rescataron de una turba que quería hacer justicia por mano propia después del bombardeo franquista en Alcalá de Henares.
Se exilió en Francia y tras el triunfo del Caudillo Francisco Franco, volvió para dirigir al Atlético de Madrid y consagrarlo campeón por primera vez en la historia. Su fama era tan grande, que protagonizó una de las primeras películas estrenadas tras la Guerra, titulada “Campeones”. Pero en rigor, el debut del Divino en el cine había sido en 1927, donde bajo la dirección de José Pepín Fernández hizo la comedia “Por fin se casa Zamora”, donde se interpretaba a sí mismo en el rol de un arquero que rechaza la oferta de un millonario para que se case con su hija.
Zamora volvió, esta semana, en formato cinematográfico, con una película italiana que lleva su nombre y alienta su recuerdo, pero en clave de comedia sentimental. Ambientada en el boom económico italiano, al protagonista no le gusta el fútbol, pero deberá contentar a su jefe en un partido que enfrenta a los solteros contra los casados de la empresa. Para disimular su falta de talento y entusiasmo, declara que juega... al arco.
Inspirada en una novela de Roberto Perrone, un periodista deportivo del ‘Corriere de la Sera’ que murió hace un par de años tras cubrir, por décadas, el fútbol, el tenis y la cocina para el periódico. Tenía 65 años y había nacido en Recco, un pequeño pueblo de la Liguria donde el Divino Zamora pasó fugazmente, para dejar huella eterna.