- “Nunca me llamó nadie de un grande. A mí me gusta que me llamen y que me digan ‘mirá, nos interesa, te podemos escuchar en una reunión'. Siempre me ha ido bien en esas reuniones. Casi siempre me terminaron contratando".
- “Lo que me pasó con O’Higgins es una lástima, porque el club tiene un predio maravilloso, una ciudad detrás, pero la gente es muy exigente. Pensaron que eran Colo Colo y que iban a salir campeones todos los años".
- “En Everton estuve dos años: un año y medio maravilloso, donde me salió todo bien. Jugamos la final de la Copa Chile, que nos permitió clasificar automáticamente a la Copa Sudamericana. Pero en seis meses se fue todo al diablo".
-Si en la calle, alguien le grita Pablo, ¿se da vuelta?
Sí, sí, sí. Me doy vuelta y me doy vuelta, pensando que era alguien muy respetuoso o algún familiar, porque es muy raro. Pero, obviamente, que en mi cabeza Pablo es mi nombre. Pero si la pregunta tiene que ver con mi apodo, claramente mi apodo se comió el nombre.
-O sea, hay más gente que le dice ‘Vitamina’ que Pablo.
Sin ninguna duda.
-¿De dónde salió el apodo de ‘Vitamina’?
Por un ex compañero que tenía en Rosario Central, Daniel López, que no es conocido porque no llegó a jugar en Primera. A principios de la década del ’90, se metía el doctor en el vestuario y me llamaba. Me decía “Sánchez, venga a tomar la vitamina”. Esto tenía que ver porque el coordinador, el ‘Coco’ (José) Pascuttini, siempre decía que por mi tamaño, por mi peso, no iba a poder jugar en Primera, que necesitaba crecer un poco físicamente. Entonces venía el médico y me llamaba todos los días para que fuera a tomar la vitamina, que era una pastilla de hígado, que lo que hacía era abrir el apetito. Y un día, mi compañero me dijo: “Al final vos no sos Sánchez, sos ‘Vitamina’”. Y me quedó Vitamina.
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El reinicio como DT
Pablo Andrés Sánchez (52), más conocido como Vitamina, atiende en el living de su casa en Quito. Después de una carrera como talentoso ’10′ de Rosario Central (en dos etapas), Feyenoord, Alavés, Gimnasia de La Plata, Quilmes, el rosarino pasó a ser entrenador. Estuvo en Banfield, Rosario Central y Oriente Petrolero... hasta que se quedó un largo tiempo sin dirigir y recién descolgó el buzo de entrenador en Chile.
“Sí, pasó todo el 2010, todo el 2011 y todo el 2012. Yo terminé de trabajar en Oriente Petrolero en 2009. Como clasificamos a Sudamericana, renuncié, porque entendía que me había ido bien y que a lo mejor se me podían abrir algunas puertas. La verdad que me equivoqué feo, porque después, con el tiempo, entendí que Bolivia es un lugar muy bueno para ir a trabajar y para aprender, sobre todo porque nadie te ve. Si te va bien o si te va mal. A mí me fue bien, pero no me vio nadie. Y después, vinieron los años sin trabajar hasta que se me abrió la puerta a fines de 2012.
-¿Pensó que se acababa su tiempo de entrenador?
Sí. Yo era joven y ya había desistido de ser entrenador. De hecho, había empezado con un emprendimiento: puse un complejo de pádel en mi ciudad, en Rosario. Y me fue muy bien ese año. Pero bueno, surgió la posibilidad de un club al que le agradezco eternamente: Universidad de Concepción.
-¿Sintió que empezó de nuevo en Chile?
Sí, fue como un empezar de nuevo, porque había pasado mucho. Y era una liga desconocida, a un equipo que recién había descendido y en aquel momento se hizo una reestructuración, porque el torneo chileno se pasó al calendario europeo. Entonces hubo un campeonato que se llamó de Transición y que iba a durar solamente seis meses. Y mi contrato, cuando llegué a la B, decía que se renovaba automáticamente solamente si ascendíamos. Y tuvimos la suerte de ascender el 26 de mayo de 2013, contra Curicó. Me acuerdo de la fecha porque dejé de fumar ese día. Y mi contrato se renovó automáticamente por dos años más y ahí, ya de a poquito, me empecé a sentir nuevamente entrenador.
-¿Y dejar de fumar fue una promesa, una manda?
Sí. Yo fumaba desde los 13 años, mientras jugaba al fútbol, no fumaba tanto, serían cuatro o cinco cigarrillos diarios, pero una vez que dejé de jugar, empecé a fumar mucho. Entonces, hice esa promesa. Ese día, le di la cajetilla de cigarrillos a Pato (Patricio) Graff, que era mi ayudante, y él la guardó hasta el día que dejó de trabajar conmigo, que me la devolvió. Y yo, la verdad, que la tiré inmediatamente.
-Entonces hace 13 años que dejó de fumar.
Sí, hace un montón. Y la verdad, nunca más encendí un cigarrillo. Nunca más tuve ganas de fumar. Bueno, al principio, sí. Los primeros tres meses fueron bravísimos. Engordé mucho, eso sí. Yo pesaba 75 kilos y me acuerdo que llegué a subir más de 20 kilos. Pero estaba satisfecho porque había dejado de fumar.
-Y claramente ése fue el relanzamiento, porque era extraño que un entrenador estuviera tanto tiempo sin trabajar en el inicio.
Sí, era muy difícil. Por eso yo le agradezco muchísimo a Universidad de Concepción, en especial a Gabriel Artigues, a Andrés Imperiale, que me recomendó en su momento y, después, ni hablar de los jugadores. Teníamos un muy buen equipo. Llevé al ‘Tigre’ (Cristián) Muñoz, que no tenía lugar en Huachipato. Al principio empecé jugando una especie de 4-3-1-2 o 4-4-2, hasta que modifiqué y ahí sentí que encontré la formación porque, después ese equipo jugó mucho en Primera. Los tres delanteros eran Pedro Muñoz, Gabriel Vargas y “Guachupé” (José Luis) Jiménez. En el mediocampo, estaba Michael Lepe, que peleaba el puesto con el paraguayo Francisco Portillo. Traje a Sixto Peralta de Católica, que no tenía lugar. Había llevado a un chico que yo lo conocía de Rosario Central y que fui compañero de él: Marcelo Aguirre. Estuvo con nosotros Renato González, que venía de Arica, si no me equivoco, y tuve posibilidad de hablar con Luis Marcoleta, quien fue muy generoso conmigo también. En aquel momento teníamos al “Pescadito” (Diego) Díaz, a Felipe Muñoz, a Andrés Imperiale, a (Alexis) Machuca, a (Héctor) Berríos por la derecha. Empezó a jugar (Esteban) Flores por la izquierda. Estuvimos muy bien y nunca corrimos riesgo de descenso, hasta que me fui en diciembre de 2014. Ya teníamos armado el mapa deportivo y tuve un conflicto con un dirigente, era el gerente de Lotería de Concepción... su nombre era Mariano Campos, lo digo porque me viene bien desahogarme. Él tomó la decisión de traer o de sacar jugadores. Y yo le dije a Artigues: ‘viajo a Chile a renunciar’, y así me fui de la U. de Conce. Por suerte conseguí trabajo muy rápido en O’Higgins.
-Y ahí viene la segunda etapa. Se quiso llevar a Pedro Muñoz y a Berríos.
No, a Berríos me lo llevé después a Iquique en 2019. Para mí Héctor fue una obsesión, fue de los jugadores más importantes en el ascenso y después en mi estadía en Primera. Habíamos hecho una dupla bárbara con él y con Pedro Muñoz. Me pude llevar a Pedro y como no pude llevarme a Berríos, me llevé al Chino (Esteban) González, que estaba en Huachipato, y es el actual entrenador de Coquimbo.
Un período oscilante
-¿Y ese ciclo de O’Higgins, cómo lo evalúa?
Raro y complicado para mí. Fue un año en el cual me pasaron muchas cosas: la enfermedad y la muerte de mi mamá, pero en el medio también un año que yo siento que se lo dediqué entero al club, porque me quedé a vivir en el predio de O’Higgins y al final hubo gente, que es mala, que es desagradecida, que hasta me criticaron por eso. Yo me quedé a vivir en el predio porque me resultó muy cómodo, porque don Ricardo Abumohor me invitó a que me quedara ahí. Quise buscar casa en Requinoa, pero no encontré lo que yo buscaba. Al final, tenía la cancha a 25 metros de mi cama, que para mí fue maravilloso. Fue muy lindo, pero complicado. El periodismo deportivo de Rancagua es complicadísimo. El tema es que estaba muy cerca del gran éxito que tuvo O’Higgins en toda su historia, como fue ser campeones en 2013 con (Eduardo) Berizzo. El Toto recomendó a (Facundo) Sava, que duró seis meses y se fue un poco saturado de todo. Y es una lástima, porque el club tiene un predio maravilloso, una ciudad detrás, pero la gente es muy exigente. Pensaron que eran Colo Colo y que iban a salir campeones todos los años. Y bueno, claramente los resultados están a la vista de que así no fue.
-Y llega a Everton.
En Everton estuve dos años: un año y medio maravilloso, donde me salió todo bien. Jugamos la final de la Copa Chile, que nos permitió clasificar automáticamente a la Copa Sudamericana. Hacía rato que Everton no jugaba internacionalmente, desde la Libertadores 2009. El equipo jugaba realmente muy bien. Teníamos un mediocampo con (Iván) Ochoa, (Rodrigo) Echeverría, (Kevin) Medel. En su momento vino Jaimito Carreño a darnos una mano como juvenil y lo hizo muy bien. Después teníamos muy buenos delanteros como Brayan Rodríguez, el Pato Rubio, (Raúl) Becerra, Marco Bueno, Maxi Cerato en su mejor momento, de hecho, se fue al León mexicano. También Camilo Rodríguez por un lado y Dilan Zúñiga, uno de los mejores laterales que tiene el fútbol chileno en los últimos años, por la izquierda. La dupla central era Marco Velázquez, un tipo maravilloso, y Cristian Suárez. La verdad que era un gran equipo. Llevé al Negro (Óscar) Salinas, que anduvo muy bien. La verdad que disfruté mucho, disfrutaba mucho de ver jugar a ese equipo. Llegó Juan Cuevas, que se terminó consolidando. Pero en seis meses se fue todo al diablo. Seis meses para el olvido, hasta que el club decidió despedirme y les doy la derecha.
-Y aparece Iquique.
Fue una experiencia rara, porque le tengo mucho aprecio al presidente (Cesare Rossi) y a algunos empleados del club. Pero no me fue bien.
-¿Es el peor club donde le fue?
Sí, tampoco es que me fue un desastre. O sea, cuando me fui, estábamos a 3 o 4 puntos del descenso y a dos de Copa Sudamericana. Y tuve mala suerte. Llevé al Negro Salinas y se rompió la clavícula. Llevé a Mariano Barbieri y se rompió la rodilla. O sea, mi esquema de 4-3-3 lo tuve que cambiar y terminé jugando con Matías Donoso y con el venezolano Edwin Pernía. Una especie de 4-4-2. No nos fue bien, siento que tampoco tuve el apoyo de varios importantes del plantel y quizás del más importante. Pero no pasa nada, son cosas que pueden pasar. Con ese grupo de jugadores no me hubiera ido bien. No hicimos match con el grupo. Después, el tiempo a mí me dio la razón, porque se fueron mal algunos de ellos y con el presidente quedé muy bien, siempre me llama cuando tomo un equipo. Con el tiempo, me dijo que se había apurado conmigo.
-Cuando se tienen experiencias como esos seis meses de Everton y después ese paso por Iquique, ¿empiezan las dudas y replanteamientos internos?
Sabés que no. Yo lo miro hoy desde lejos y me pregunto muchas cosas, porque no dudé de mí. O sea, yo estoy dudando todo el tiempo, pero estoy dudando en la chiquita, no en la macro, porque yo no podía dudar de lo de Everton, cuando en un año y medio fue un equipo bárbaro. Por otro lado, también en Everton hay motivos, porque cada seis meses se bajaba el presupuesto y el equipo seguía siendo competitivo. Me traían jugadores del grupo Pachuca, estamos hablando que ese grupo tiene entre 120 y 150 jugadores y la lógica es que utilicen a esos jugadores cambiándolos de lugar, porque si no anda acá, te lo mandó para allá, y si no anda allá, te lo mando para otro lado. Así llegaron Juan Cuevas y Wilson Morelo. Lo que sí tengo que decir es que nunca, pero nunca, alguien vino a decirme ‘este tiene que jugar o este no tiene que jugar’. Pero sí que te mandaban a Iván Ochoa, a Steven Almeyda, a Francisco Benegas, a Nahúm Gómez...
Los boletos a la Copa
-Después de esas etapas y de otra en Oriente Petrolero, aparece Audax Italiano.
Si, llega una posibilidad muy buena que me da don Lorenzo Antillo. Llegué en diciembre de aquel torneo por el tema de la pandemia, porque el torneo iba a terminar en febrero. Nos salvamos en el último partido, que le ganamos a La Serena de visitante. Ese fue aquel torneo donde Colo Colo jugó la promoción contra la U. de Conce. Y bueno, ya para el torneo siguiente llegó Lautaro Palacios, traje a Fernando Cornejo, a Roberto Cereceda, que venía de O’Higgins. Y la verdad, nos fue bárbaro, explotó (Joaquín) Montecinos, a Michael Fuentes lo traje de Iquique y armamos un muy buen equipo. Ah, traje a Iván Ochoa. El mediocampo de aquel equipo era (Osvaldo) Bosso, (Fernando) Cornejo e Iván Ochoa. Después, jugaban Montecinos por derecha, Holgado arriba, que a mitad de año se fue, y empezó a jugar Lautaro Palacios, que la rompió. Estaba el “Gringo” (Gonzalo) Álvarez. Atrás, Nico Fernández y (Oliver) Rojas por la derecha; Cereceda por la izquierda. Hicieron un gran torneo (Carlos) Labrín y Fabián Torres de centrales. De hecho, relegando un poco al Toto (Manuel) Fernández, al que yo lo adoro. Pero la verdad que tuvimos un gran equipo.
-Ese equipo en el tiempo, considerando los que tuvo en Chile, ¿fue el más diferente en la forma de jugar?
Sí, fue quizás el menos ofensivo, pero en el que yo, realmente, pude ver plasmado mi trabajo, porque es más fácil trabajar la parte ofensiva que la defensiva. La parte ofensiva muchas veces queda librada a las características individuales de los futbolistas. Por ejemplo, ¿qué le vas a decir al delantero?: ‘Montecinos, tenés que tirar una pared con el 9 que retrocedió. Entonces, cuando llegás al fondo tirás al centro, o al segundo palo para que entre el otro extremo’. Eso sucede porque sucede, no porque uno lo entrene. Lo que uno puede hacer es que un equipo sea corto, que sea angosto, que los pasillos sean cortos para que no filtren pases por adentro, que es donde a uno le duele, que estén escalonados para que la pelota tenga mucha mayor dificultad de llegar. Que si perdemos la pelota, todos pasan la línea del balón. Y si no logramos la presión tras la pérdida de la pelota, ahí debemos cortar el juego; que todos los jugadores deben estar en nuestro campo y ojalá todos detrás de la pelota, menos el 9. Eso lo logramos en Audax porque en ese equipo teníamos mucha inteligencia táctica, mucho orden. Y después, nos sirvió porque teníamos mucha velocidad en ataque. La instrucción era jugar lo más rápido posible para adelante, darle mucho valor a la primera pelota. Para mí, la primera y segunda pelota después de la recuperación son fundamentales. Entonces yo les decía a los jugadores, tratando de inventar algo para que me entendieran, que se generara una transición contra transición. O sea, estoy defendiendo, recupero la pelota y el chip cambia inmediatamente para atacar. ¿Y si la vuelvo a perder? Bueno, nos agarran muy desarmados, lo que generalmente son goles en contra. De alguna manera, en ese equipo de Audax me vi reflejado y salimos terceros. Hicimos un gran torneo y con una desventaja: no teníamos el estadio de La Florida, porque fue el vacunatorio más grande de Chile y no pudimos ocuparlo nunca. Por eso también yo le doy mucho valor a ese tercer puesto.
-¿Entonces ese Audax es el equipo donde se siente más reflejado?
Si yo puedo elegir cómo jugar, prefiero jugar como jugaba el Everton, el de aquel primer año y medio. Prefiero que mi equipo juegue así. En Audax, cuando nosotros llegamos, el equipo estaba peleando el descenso y estaba muy comprometido. Entonces utilizamos este plan y nos dio resultado. Nos fue bien, ganamos más de lo que perdimos. Yo llegué a mediados de diciembre de 2020 y tomamos un plan mucho más conservador para sacar los puntos necesarios para quedarnos en Primera. Pero nos fue bien, ante lo cual dijimos 'ché, ¿por qué no arrancamos de la misma manera que terminamos?' Total, iba a haber tiempo para cambiar. Empezamos a ser un equipo pragmático, básicamente defensivo, compacto, que jugaba de contra y nos fue bien. Entonces, nos quedamos así y en 2021 terminamos saliendo terceros, jugando de la misma manera.
-Y ahí no renueva y pasa un año hasta Palestino.
No renové porque el club se vendió, hubo un cambio de dueños y mi idea no iba de la mano con la de los nuevos propietarios de Audax. Decidí quedarme sin trabajar, a ver si surgía algo. Y lo que surgió fue bastante más adelante, cuando Gustavo Costas anuncia que se va de Palestino para ir a dirigir la Selección de Bolivia. Agarré el equipo que había clasificado a Sudamericana, así que bien, para mí era un muy buen equipo, había salido cuarto. Lo agarré con mucho entusiasmo, pero también con la vara alta, porque la gente estaba muy contenta con el equipo de Costas. Y yo lo primero que hice fue cambiar el sistema. Era un riesgo, pero me fue bien porque clasificamos a la Copa, hicimos una Sudamericana muy competitiva y en el mientras tanto, nunca nos salimos de los primeros lugares y terminamos cuartos en el campeonato local, con la fortuna de que Magallanes, que había llegado a la final de la Copa Chile, descendió, lo que nos dio el cupo para la Libertadores del 2024. Nos fue bien porque al comienzo eliminamos a los venezolanos; después, a los paraguayos, y nos metimos en el grupo de la Libertadores. Cuando me fui a la Liga de Quito, Palestino estaba tercero y habiendo hecho una buena Copa. Terminamos terceros en el grupo y pasamos a Sudamericana.
-En todo este periodo en Chile, ¿estuvo cerca alguna vez de un equipo grande?
Sí y no. Digo sí, porque sonaba mucho en la prensa que estaba con chances acá o allá, pero a mí no me llamó nunca nadie. A mí me gusta que me llamen y que me digan ‘mirá, nos interesa, te podemos escuchar en una reunión'. Además, siempre me ha ido bien en esas reuniones. Por suerte, casi siempre me terminaron contratando. Pero no, nunca nadie me contactó de un equipo grande como para que yo tuviera una charla en la que me conocieran.
-¿Siente que es una materia pendiente?
No, no. Yo soy súper agradecido de todos los clubes que me dieron trabajo en Chile. Esto lo digo siempre, pero es una realidad. Cada equipo confió en mí y me dio la responsabilidad enorme de dirigir. Uno por ahí no dimensiona que, en este formato de sociedades anónimas, te den el equipo, para que elijás a los 11, de qué manera jugar y con qué idea. Son sociedades y hay mucho dinero detrás, como para que a uno le den las riendas del equipo. Entonces yo siempre soy un agradecido, y si no me tocó, no me tocó y no pasa nada... Ni siquiera me comparo, porque en el fútbol te puede ir bien de todas las maneras.
-¿Va a volver a dirigir en Chile?
Sí, en algún momento voy a volver.
-¿Dirigiría una Selección, no me refiero sólo a la de Chile?
-Sí, sin dudas.
La actualidad en Quito
-¿Cómo está hoy en Ecuador?
Muy contento, muy agradecido a Liga, que confió en mí y me dio la posibilidad de dirigir un equipo grande. Es otro tipo de manejo, de la prensa, de las redes sociales. Bueno, a Instagram lo saqué de mi vida porque me criticaron mucho. En la noche previa a viajar a Quito, me desperté a las 7 de la mañana y veo a mi mujer sentada en la cama con el teléfono y llorando. Le pregunté qué le pasaba y me dice si estaba seguro de firmar en Liga, ‘porque no te quiere nadie, te putean, te insultan, te matan’, me comenta. Y yo le digo, “mirá, ya firmé el contrato. No puedo decir que no. Por otro lado, si ya soy tan malo, ¿qué tengo para perder? Nada'. Así que bueno, llegué y me costó mucho, pero el equipo funcionaba, lo que generó enseguida mucha confianza en el plantel. Tenía miedo al principio, porque este equipo había sido campeón de la liga en el 2023 y de la Sudamericana. Entonces, llegaba a un club que ya había ganado mucho y tenía miedo a que se relajara. Pero me encontré con un grupo que quería seguir ganando y que quiere seguir ganando.
-O sea, esta vez sí hizo match de entrada con el equipo.
Sí, ese match lo he encontrado en muchos equipos. Tengo contrato hasta diciembre del 2025. Así que veremos cómo nos va. Tenemos muchas competencias: la Libertadores, la Copa Ecuador y la Liga. Ya ganamos la Supercopa, así que tenemos lindos desafíos por delante.
-Y esa relación con la gente, ¿la logró revertir?
Sí, la gente está contenta, porque el equipo había andado mal el primer semestre, y en el segundo nos costó un poco el momento de la eliminación de la Copa Sudamericana, en octavos, con Lanús. La gente de Liga es muy exigente. Yo siempre hablo con algunos hinchas y les pregunto desde cuándo son tan exigentes. Y me dicen que desde 2008, cuando ganaron la Libertadores con el Patón (Edgardo) Bauza. Es un poco lo que viví en O’Higgins, aunque a otro escala. Acá pasó lo mismo, pero encima en el 2009 salió campeón de Recopa y la Sudamericana con (Jorge) Fossati. Después, juegan la Recopa con Bauza y la ganan. Y después, la Sudamericana de 2023. O sea, estamos hablando de que Liga de Quito tiene más títulos a nivel internacional que los grandes de Chile: dos Sudamericanas, dos Recopa y una Libertadores. Por eso la gente es muy exigente.
Hoy, Pablo Sánchez ya no es el ’10′ que le gustaba tirar túneles. Ese flaquito al que la camiseta de Rosario Central le flameaba como una bandera en su físico.
Hoy, Vitamina es un entrenador consolidado que dirige a Liga Deportiva Universitaria de Quito. Atrás quedaron esos tres años sin dirigir y cuando parecía que el buzo de DT quedaba colgado en el complejo de pádel que había construido en Rosario. La vida, al igual que él en sus tiempos de adolescencia y juventud, le tiró una gambeta y lo devolvió al verde césped. Como había sido desde niño, cuando creció a puro amagues y regates a orillas del Paraná.