- “A mí me tocó estar presente en el peak del rendimiento de un proceso, por casualidad, azar, fortuna. Fui testigo de esa generación dorada del Milan súper campeón".
- “En el Milan me convencí de que era posible entrenar la mente. Lo segundo, que era posible hacer las cosas a este nivel siendo humilde, y en ese sentido Carlo Ancelotti era ejemplar”.
Eugenio Lizama recuerda que nunca tuvo la oportunidad de practicar un deporte profesionalmente. “Yo vivía en el campo (Talagante) y en los ’80 aún se pensaba que la gente que hacía deporte era ‘cabecita de músculo’ y que los inteligentes estaban con los libros, quietos”, afirma.
Por eso, su paso por el inolvidable Milan 2007, con su maestro y mentor, Bruno Demichelis, en un club plagado de estrellas, no solo le abrió la cabeza, lo hizo estar en el lugar correcto y en el momento preciso. “A mí me cambió la perspectiva de todo. Me convencí de que era posible entrenar la mente”, precisa.
Relata Lizama: “Había estudiado sicología en la Universidad de La Serena. Me titulé el 2004, pero quería ser psicólogo deportivo. Empecé a buscar dónde podría haber campo ocupacional en Chile, pero para esa especialidad había pocos lugares en los que ejercer: el CAR, los clubes de fútbol grandes y paremos de contar. Por mis posibilidades económicas y familiares -soy la primera generación universitaria de mi grupo familiar-, no podía equivocarme. No sabía idiomas, nunca había salido del país, ni menos me había subido a un avión. Mi decisión, antes incluso de titularme, fue investigar quién era el mejor de todos a nivel mundial en lo que yo quería hacer”.
Su búsqueda terminó en el neurocientífico italiano Bruno Demichelis, psicólogo del Milan. “Lo perseguí durante cinco años, tuve la suerte de que me gané una beca para estudiar un magíster en la Università Cattolica del Sacro Cuore, justamente en Milan, y estando allá lo seguí hinchando para que me concediera una entrevista”, confiesa.
-Hasta que por fin Demichelis se la concedió.
Llegué a Milanello, me recibió Bruno y después de 12 horas de conversación, me preguntó qué era lo que yo quería. Le dije: ‘quiero ser el ayudante que le mueve el mouse del power point cuando dé sus charlas’. Demichelis se largó a reír y me mostró el alto de currículums que tenía de todas partes del mundo para trabajar con él. Pero me dijo ‘por tu perseverancia e insistencia, te mereces una chance’. Quedé como su segundo asistente, detrás del psicólogo que atendía al equipo, y de su primer asistente, que era una neurocientífica. Era algo como un junior, que movía las mesas, ordenaba las cosas. Paralelamente, seguía estudiando y trabajando en la universidad que, después de mucho insistir, me había dado un trabajo. Eso, además de cuidar niños como nana puertas adentro, porque Italia era cara.
-¿Cómo fue trabajar en aquel Milan lleno de súperestrellas?
En un comienzo, Demichelis me dijo ‘ven al Milan, y yo te voy a empezar a formar. Después vamos a armar proyectos que tú podrás aplicar en distintos deportes’. Y así partí. El camarín era algo de otro mundo: Kaká, Pirlo, Seedorf, Gatuzzo, Maldini, Pippo Inzaghi, y Carlo Ancelotti como técnico. En un principio, yo era el que estaba callado, en una esquina, mirando, absorbiendo toda la experiencia. Si le preguntas a Seedorf por mí, quizás se acuerde de ese flaquito que pululaba por ahí. Pero ellos tenían más contacto con mi jefe, Bruno, y la asistente. A mí me decían, colócale los sensores para la medición, y yo iba y se los ponía. Yo no tomaba decisiones, ejecutaba, pero internamente absorbía y absorbía conocimiento.
-El aprendiz que estaba cumpliendo un sueño.
Claro. Recuerdo que cuando llegué a Italia, con mucho esfuerzo me compré una maquinita parecida a un mouse de computador, que leía el nivel de estrés, un tipo de aparato que llamamos GSR (Galvanic Skin Response). Me costó como 150 dólares. Cuando Demichelis me preguntó con qué tecnología trabajaba, le mostré ese aparato. De nuevo, se largó a reír. Y me dijo, ‘te voy a mostrar una nave espacial’, que era su centro de operaciones. Y me abrió su mind room, que estaba en Milanello. Y quedé boquiabierto. Era 2007, y mientras en Sudamérica hablábamos de sicología deportiva, estos tipos ya llevaban años haciendo neurociencia aplicada al deporte. El Milan Lab estaba armado desde el 2000; cuando llegué, ellos ya tenían años en ese laboratorio que funcionaba midiendo la bioquímica, los cuestionarios sicológicos, los aspectos psicofisiológicos, la neurociencia. Demichelis fue sincero: ‘Tienes que aprender’. Me empezó a enseñar a leer los parámetros neurofisiológicos, me dio la bibliografía necesaria, me mandó a hacer cursos y a hacer un post grado en neurociencia. Así que apenas terminé mi magíster de sicología deportiva en Italia, entré a un post grado en neurociencia en Holanda, y también a especializarme en psicofisiología, porque tenía que aprender ese lenguaje completamente nuevo para mí, leer el cuerpo... Yo veía las ondas cerebrales y no entendía nada. Y los tipos controlaban el cerebro con ejercicios que, incluso, ya los hacía el propio Carlo Ancelotti.
“Seedorf me impactó profundamente”
-Cómo fue su relación con Ancelotti, porque no se está de un día para otro con ese nivel de entrenador.
Ancelotti era más cercano a Bruno que lo que eran los jugadores. Yo escuchaba las conversaciones entre ellos, sin intervenir, por cierto. Hay un libro que recomiendo que se llama “Liderazgo tranquilo”, que describe la forma que tiene Ancelotti de conducir grupos. Es como un patrón de fundo que sabe lo que está haciendo. Es como alguien que en una fiesta te pide mover unas mesas, y cuando terminas, te das cuenta que ya tiene armado el asado. Ancelotti fue un gran promotor de la parte mental en el fútbol. Porque, ¿cómo haces para que los jugadores hagan los ejercicios de trabajo mental si es un grupo de personas de distintos países, culturas, niveles educaciones, intelectuales incluso? Carletto propuso que él haría primero los ejercicios. Ingresaba a la mind room a hacer los ejercicios de ‘calma mental’, que si lo vemos hoy sería una meditación llena de sensores. Y después, obvio, los jugadores lo siguieron.
-¿Cuánto tiempo duró ese período de formación en el Milan?
Estuve un año, el 2007, de formación intensiva, luego iba y volvía, porque empezamos a hacer proyectos fuera del Milan.
-Esa temporada del Milan fue soñada y debió ser una experiencia irrepetible para cualquier profesional ¿no?...
El Milan era la base de Italia que ganó el Mundial 2006. Ese 2007 ganó la Champions League, salió campeón del Mundial de Clubes y la Supercopa de Europa. A mí me tocó estar presente en el peak del rendimiento de un proceso, por casualidad, azar, fortuna. Fui testigo de esa generación dorada, porque la anterior había sido la de Schevchenko, en 2003. A mí me cambió la perspectiva de todo. Me convencí de que era posible entrenar la mente. Lo segundo, que era posible hacer las cosas a este nivel siendo humilde, y en ese sentido Ancelotti era ejemplar. Era uno de los técnicos top del mundo y hacía las cosas como uno más. Mi mentor, Bruno Demichelis, otra persona simple. No son personas inalcanzables, son seres humanos simples.
-¿Y los futbolistas también lo eran?
Clarence Seedorf me impactó profundamente. En Surinam, podría ser Presidente de la República. Tiene Fundaciones sociales en las que ayuda a niños sin recursos, habla español, inglés e italiano mejor que los nativos; sus hijos hablan seis idiomas, y el tipo es un gallo común y corriente. Hay otros jugadores que tienen estilos diferentes, autos, ropa de lujo, glamour, pero con la diferencia que el medio europeo culturiza más a sus jugadores. Lo que pude ver es que los hábitos atómicos que tienen los deportistas en Europa, no solo futbolistas, porque tuve la fortuna de trabajar en la Fórmula Uno, en motociclismo GP, en ciclismo, tenis, golf, hacen la diferencia. Esos pequeños hábitos me impactaron, sobre todo en el fútbol. Por ejemplo, cuando están en bus yendo a una competencia, los sudamericanos van eufóricos, gritando, agitados; los europeos, en silencio, leyendo, estudiando, jugando ajedrez, tocando instrumentos. Esa suma de hábitos, finalmente, en el acumulado generan un conocimiento que marca diferencias.