Durante muchos años la presencia de las barras bravas en Argentina resultó un factor negativo. Hoy mantienen su presencia, pero a diferencia de los clubes grandes de Chile, sus jerarquías tienen cara, domicilio y da la impresión de que su negocio (casi siempre ilícito) y preocupación están mucho más allá que el partido del domingo. No se gastan en las nimiedades que vemos por estos lados, donde los piños asolan las ciudades y carreteras en sus traslados. No es que no ocurran, pero pareciera que están interesados de cuestiones mayores.
Entre el 7 y 10 de febrero concurrí a tres partidos en Buenos Aires. Uno de clase A, River Plate-Independiente de Avellaneda; uno clase B, Banfield-Belgrano; y uno de clase C, Ferrocarril Oeste-Güemes, por el otrora Nacional B. Los tres tienen un par de coincidencias: la gente llega temprano y las canchas están en óptimo estado. El césped, aunque sea de Perogrullo, es verde, corto y parejo. La pelota, entonces, corre.
Uno de los temas más complejos, en el caso de los clubes grandes, en especial River Plate y Boca Juniors, es conseguir tickets de entrada. Los millonarios, en un ciclo virtuoso desde la pasada presidencia de Rodolfo D’Onofrio, con la ida y vuelta de Marcelo Gallardo en la banca, aprovecharon este momento brillante para agrandar su estadio y dejarlo para casi 85 mil personas.
El banquero Jorge Brito es el timonel actual, que no detiene el vértigo transformador en Núñez. Como una manera de facilitar la venta de boletos, implementaron la página riverid.com.ar, donde los hinchas y simpatizantes pueden convertirse en socios, pero, ante todo, acceder a las entradas. Existen categorías, pero en algún minuto el postulante tendrá su oportunidad. También disponen de https://www.somosriver.com/, que otorga más beneficios a los seguidores de la banda sangre.
En septiembre, cuando Chile visitó a Argentina, nos pareció que la Roja entró 1-0 abajo. La remodelación del ahora Más Monumental impactó. Unos meses más tarde, los avances crecen. Al imponente tablero marcador se sumó una pantalla 360, que recorre el anillo del recinto. En los accesos, a unos 800 metros del estadio se encuentra el primer anillo de seguridad. Pórticos suficientes para presentar los tickets y documentos. Ahora sumaron el Fan ID. Cada persona muestra su rostro ante una cámara que hace el reconocimiento facial. Funciona y rápido, al igual que el desalojo al finalizar el encuentro.
El ingreso de River al campo es apoteósico, con fuegos artificiales que lanza la organización. Duran lo justo y necesario. No se ve a nadie saltando de un lado a otro de la tribuna. Un dato es vital: a los argentinos les gusta el fútbol, no el bombo ni la hinchada. El juego es sagrado.
Viernes en el sur
Banfield es uno de los muchos clubes de la zona sur del Gran Buenos Aires. Representa a un barrio de clase media. La tarde del 7 de febrero se enfrentaron a Belgrano de Córdoba a las 17:45. El día laboral y una ola de calor no impidieron que más de 20 mil personas asomaran en el Florencio Sola. Fácil llegada, una revisión normal, no invasiva y un público familiar, que alienta y reclama contra los árbitros y los visitantes. Sienten que los quieren bombear y mandar al descenso.
Caminamos varias cuadras en un sector residencial, con casas similares a las de Ñuñoa o el antiguo Las Condes. Abundan los adoquines. Nos cuentan que no los sacan para que los ladrones no puedan correr en sus autos y motos. Todos con la camiseta verde y blanca. Tercera edad, padres y madres con sus hijos, en un recorrido sin alteraciones. El césped impecable, en un estadio envidiable para cualquier equipo chileno (casi todos juegan en recintos municipales), salvo el nuevo de San Carlos de Apoquindo.
La venta de entradas es por internet, con la página del club como eje, con prioridad para los socios. También se pueden comprar en el estadio. Por ejemplo, en el duelo con Boca Juniors, se retiraban hasta dos horas antes del cotejo.
La salida, a pesar de que les empataron en los descuentos con un dudoso penal de VAR y nos los dejaron patear un tiro libre, fue sin sobresaltos. Cantos, insultos varios, pero nada más. La gente se desplazó hasta los bares, pizzerías y restaurantes aledaños para amortiguar la amargura de los dos puntos perdidos.
Domingo de Ascenso
Mi amigo Claudio Roitman, hincha de Ferrocarril Oeste, sostiene que el Ferro de Carlos Timoteo Griguol, que se consagró dos veces campeón del fútbol argentino (‘82 y ’84), es el mejor equipo de la historia. En confianza, se anima a decir que el Beto Márcico es el más grande de todos los tiempos. Vio a su equipo en Primera División y este año cumple un cuarto de siglo acompañándolo en el Nacional B (bajaron el 11 de junio de 2000) e incluso en la tercera categoría, la Primera B Metropolitana.
Junto a su hija y yerno, me invitó para ver al “verdolaga” ante Güemes de Santiago del Estero. En Caballito, un barrio tradicional porteño, casi todo está teñido de verde y recuerda los años dorados del conjunto que enfrentó a Colo Colo y Cobreloa en la Copa Libertadores de 1983. En las calles los hinchas esperan el ingreso al club. En su interior se encuentra el estadio, el museo, gimnasio, canchas de tenis y futbolito.
Al acceder un letrero enseña identidad: “En Ferro con la de Ferro”. A nadie se le ocurre ir a la cancha con una camiseta que no sea la del local. Lo mismo observamos el año pasado en Temperley con Colón y en Banfield. Las entradas se compran en boleterías, con precios diferenciados para los socios. La platea cuesta 20 mil pesos argentinos para los abonados y 40 mil para el público en general (el cambio con el peso chileno es prácticamente equivalente). Da lo mismo: el grueso son socios.
Y si de tradición se trata, otro rasgo que distingue al Nacional B es que las camisetas de los titulares que saltan a la cancha se numeran del 1 al 11, como mandaban las buenas costumbres de lo clásico, antes que se transfirieran usanzas del fútbol americano y aparecieran los 26, 38, 57 y hasta el 99 en las espaldas de los jugadores.
Amargo 0-0, donde apreciamos esta carencia de espacios, que nos recuerda que cada partido es una batalla. Güemes no quiso jugar y se llevó un punto de premio. La salida fue cerca de las 23:30 y a diferencia de lo que sucede en Chile, encontramos varios cafés y restaurantes abiertos. Costó (la cocina cerraba a las 00:30), pero hubo opción de comerse un bife de chorizo maravilloso donde “Don Zoilo”.
En la despedida, una mesa con cuatro parroquianos despide a Claudio: “Partimos mal. Llevamos 25 años, pero aquí estamos. Ojalá termine bien”, comentan. “No se vio mucho”, agrega uno de los comensales.
Pueden pasar muchas cosas en el país vecino, pero la pasión y la identidad jamás abandonarán al fútbol argentino.