En agosto de 1975 el fútbol chileno estaba en crisis. El Sindicato de Futbolistas anunciaba una huelga porque aún no se redactaba el estatuto que regiría la relación con los clubes; había déficit de público en los estadios; la Selección mayor fracasaba en el Sudamericano sin sede fija y el técnico, Pedro Morales, sería cesado de cara el próximo Mundial de Argentina; la directiva del general Eduardo Gordon naufragaba frente a las amenazas de las instituciones; Colo Colo y la U arrastraban enormes problemas económicos y la UC estaba en el Ascenso. Por eso, quizás, nadie se percató que la Selección juvenil partía a Lima a disputar el Sudamericano Sub 20. Que por entonces ni siquiera se llamaba así.
Nunca antes ni después un equipo chileno estuvo tan cerca de consagrarse campeón en la categoría. Aún no existían los Mundiales juveniles (comenzarían el 79 en Japón, con Maradona y Ramón Díaz escribiendo las primeras líneas de su leyenda) y era difícil congregar a todo el continente a los torneos sudamericanos. A la cita no asistían Venezuela, Ecuador, Paraguay ni Colombia.
Chile estaba dirigido por Orlando Aravena, que hacía sus primeras armas como entrenador. Y el grupo era, efectivamente, una selección nacional, con futbolistas de Antofagasta, Concepción, Linares, Ovalle y Chillán. El capitán era Óscar Wirth y el goleador Juvenal Vargas, pero las grandes figuras eran los volantes de buen pie: Fredy Bahamondes (Linares), Rubén Gómez (Ovalle), Leonel Gatica (San Luis) y Juan Soto (Ñublense).
Tuvieron problemas para negociar los viáticos pero no los premios, que eran por resultados: los dirigentes -como todo el mundo- creían que rematarían penúltimos. Pero, para sorpresa general, Chile le ganó 3 a 0 a Argentina en el debut, 2 a 0 a los locales y 1 a 0 al Brasil de Eder y Toninho. Con esos resultados, sólo quedaba saltar dos vallas. Frente al favorito, Uruguay, y a la débil Bolivia.

La ilusión había crecido y del anonimato pasaron a la cobertura total por un hecho más bien fortuito. La Selección mayor jugó contra Perú en el marco de la Copa América, que se jugaba sin sede fija y con partidos de ida y vuelta. Por eso el empate 0 a 0 de la juvenil con los charrúas fue celebrado por la delegación nacional desde las tribunas. El punto obtenido dejaba a la Sub 20 de Chile con la chance de consagrarse campeón con el triunfo ante los bolivianos, el rival más débil de la competencia.
Pese al esfuerzo de Gustavo Moscoso y a los desbordes de los laterales Raúl González y René Serrano, Chile no pudo hacer goles en el pleito trascendente, lo que hizo revivir los viejos fantasmas de nuestro deporte. La igualdad obligó a un partido de definición ante Uruguay, pero la gran chance nacional había pasado.
“Se jugó como nunca y se perdió como siempre”
En la finalísima volvieron a empatar, esta vez 1 a 1, pero el delantero Heber Revetria obligó a Wirth a convertirse en figura en el arco. Los charrúas tenían a Darío Pereira, Jorge Da Silva, Juan Ramón Carrasco y al portero Rodolfo Rodríguez como figuras. Culminado el alargue, aún había esperanzas, pues se definiría a penales.
Edgardo Marín, enviado especial de la revista Estadio, escribe una crónica que hará historia: “Se jugó como nunca y se perdió como siempre”, resumiendo el sentir por la actuación de un equipo que falló en la instancia decisiva ante los bolivianos, pero que mostró temple en la final.
Marín, tratando de encontrar argumentos, atribuye el frustrado título a tres factores. Falta de creatividad frente a Bolivia; frialdad en los momentos claves ante Uruguay y carencia absoluta de convicción a la hora de patear los penales. El primero lo pierde Jaime Palma, volante de Ferroviarios. El segundo se lo tapa Rodríguez al defensor de la U Augusto Vergara. Y el tercero, cuando los volantes de mejor pie de la Roja se marginaban de la responsabilidad, lo mandó afuera el portero Óscar Wirth.

Vinieron nuevos torneos juveniles y Chile clasificó a los Mundiales, siempre rematando en el cuarto lugar, a menudo detrás de las potencias. Pero esa vez, hace cincuenta años, pudo perfectamente alzar un trofeo continental, pero lo perdió de la manera más dolorosa posible.
El ’77 Chile remató cuarto, con Edgardo Fuentes, Mariano Puyol y Raúl Ormeño como figuras. Los dirigentes se entusiasmaron con estas actuaciones y quisieron repetir en el Sudamericano jugado en Paysandú el verano del ’79, clasificatorio para la Copa del Mundo.
Aquella selección, dirigida por Pedro García, llevaba a una brillante generación de jugadores, ya maduros, con pasaportes adulterados. El técnico y buena parte del plantel terminaron humillados deportivamente y en la cárcel. El presidente de la Federación de Fútbol, el general de Carabineros Eduardo Gordon Cañas, gestionó su libertad porque la investigación era compleja: los grandes crímenes de la dictadura se habían cometido en el exterior… con pasaportes también falsificados. Pero esa es otra historia.