Que Jordhy Thompson seguía junto a su pareja, a pesar de la prohibición de la justicia y el supuesto “acuerdo de palabra” que tenía con el gerente deportivo de Colo Colo, Daniel Morón, era algo sabido en el club. El puntero derecho participaba con su, creemos después de la detención por agredirla el domingo en la noche, ex pareja en muchas reuniones sociales con compañeros de equipo, frecuentaba locales nocturnos y no tenía problemas en sacarse selfies en las redes.
Todos los supuestos protocolos, los discursos, las advertencias y las faramallas emanadas desde el David Arellano eran para consumo del hincha, siempre dispuesto a creer y ser optimista. Pura escenografía que rodeaba una necesidad imperiosa, ya no del mismo Thompson ni tampoco de Colo Colo, sino de quien lidera el proyecto: Gustavo Quinteros.
A esta altura hay que ser muy necio para no darse cuenta que el entrenador está pasando por arriba de todo en tal de salvar una temporada muy baja. Después de fallar garrafalmente en las contrataciones, por las cuales alegó mañana, tarde y noche frente al micrófono que le pusieran adelante; de hacer una campaña internacional bajísima que culminó con una humillante goleada ante el colista del brasileirao y de apenas asomarse, por el momento, para obtener un cupo en la segunda fase de la Copa Libertadores 2024, al entrenador argentino le queda poco margen para mostrar.
Y como tiene en una mano la renovación para la próxima temporada, y en la otra la ilusión de meterse en la banca de la selección chilena, Quinteros necesita ganar. Como sea. Y si tiene que alinear lesionados, que vayan al frente. No importa que pasen un año en rehabilitación. O, claro, si hay que usar a Jordhy pese a que es una bomba de tiempo y las mínimas normas de disciplina deportiva deberían tenerlo al margen, también se manda al ruedo.
No hay margen de debate. Hay que ganar, hay que salvar los porotos, todo sirve, todo vale.