A esta altura del baile podemos decir con certeza que estábamos mejor contra Joseph Blatter y Nicolás Léoz. Estos señores, impulsados por el oscuro maestro llamado Joao Havelange, había reducido el fútbol profesional a un dudoso, sucio e ilegal producto comercial. Y pese a ello, a transformarse en un negocio y nada más que un negocio, se trataba, vaya, de un negocio bien armado. Es decir, Blatter no habrá pateado una pelota jamás en su vida como lo acusó Diego Maradona, pero al menos sabía cuáles eran los límites razonables que se podían alcanzar. Y matar la gallina de los huevos de oro no estaba en los planes.
Razzia del FBI más tarde, tenemos a Gianni Infantino y Alejandro Domínguez. Con el Chiqui Tapia como tercera guitarra. Y ya no sabemos qué pensar.
Hace pocos días, Infantino, en medio de los festejos por un cuarto matrimonio de Ronaldo Nazario, copas más o menos, se le salió que el Mundial de 2030 ya estaba designado para la candidatura de España, Marruecos y Portugal. La fiesta en Ibiza ardía.
Seguro Tapia y Domínguez se enteraron del desliz por parte del presidente de la FIFA, acaso con la boca pastosa de espumante. Y pidieron una compensación. Y como para Infantino no hay límite posible, les regaló tres partidos inaugurales del desquiciado Mundial del centenario para repartir entre Argentina, Uruguay y Paraguay. Argentina por ser campeón mundial, Uruguay por ser el anfitrión del primer mundial y Paraguay porque es la sede de la Conmebol o porque las naranjas son más dulces. No hay argumento de peso. Paraguay porque es Paraguay. De suerte no le dio la sede a Luque directamente.
¿Y el cuarto? Ah, claro, Chile. Era parte del fallido Mundial sudamericano 2030. Hasta ayer en la tarde el comité organizador funcionaba en Santiago. Hoy no se atiende público por cambio de giro. O tal vez por duelo.
En fin, siempre fue un tiro al aire, un sinsentido por todo lo alto que no podía tener buen destino. Y al primer corcoveo nos sacaron de la foto. A esta altura, una buena noticia para aterrizar de una vez por todas. El fútbol chileno necesita trabajo desde abajo y una profunda reforma. No mundiales insensatos, planificados en una conversación de borrachos a las tres de la mañana.