Como gato de espaldas se defendió Mauricio Pellegrino tras la dolorosa derrota 3-1 frente a Copiapó en el Luis Valenzuela Hermosilla. Una defensa férrea, ardorosa, con los dientes apretados y sin guardarse nada. Todo lo contrario a la forma en que Universidad de Chile se defiende en la cancha, esto es, blanda, resignada, sin alma, contaminada de un oscuro determinismo.
Luis Casanova dando la espalda a Maximiliano Quinteros en el cabezazo del primer gol es toda una postal. No se puede defender así. Es como la anti marca. En el tono el autogol de Nicolás Guerra con la gentil colaboración de Christopher Toselli. Una jugada que en cualquier cancha de barrio o de liga, o en un recreo escolar, hubiese causado una zalagarda burlona de los testigos. Y esto es fútbol profesional con sueldos muy altos para el contexto chileno.
Entonces, ante el colapso generalizado, y el Nelson Espinoza que atajó todo incluida la mejor tapada del campeonato por escándalo, Pellegrino de despachó a gusto: cuestionó la grandeza concreta, no simbólica, de Universidad de Chile en la actualidad; amagó con una renuncia y reveló que, en un momento, no especificado, lo había hecho; resaltó su dignidad y el hecho de no rehuir las cámaras ni micrófonos: responsabilizó a todos, incluidos a los dirigentes, jugadores, el club como concepto genérico...
En definitiva, disparó a mansalva, porque ya no hay una explicación precisa de porqué la U viene dando botes y jugado de la misma manera, mal, hace tantos años. Y no importa quién se siente en la banca. Y esto también lo dijo Pellegrino. Hay como una bruma que tiene a la U atrapada.
¿Cuánto más resistirá el argentino? Son ocho partidos seguidos sin ganar, por el momento está fuera de las copas aunque, al menos, no hay peligro de descenso. Con el parámetro de los años recientes, donde salvaron la categoría por los pelos, un campañón. Ironías aparte, este modelo de la U, como el entrenador de turno, no tiene cómo proyectarse.