“Es un poco raro”: El mercado de fichajes en que a Everton le prometieron ganar la Libertadores

Contrataciones millonarias, promesas de títulos internacionales, anuncios de cracks mundiales. Viña del Mar entera vivió hace casi tres décadas un momento irrepetible en la historia de nuestro fútbol. El protagonista: el por muy pocos días presidente de Everton Jorge Castillo.

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Esta particular historia tiene casi tres décadas de vida, pero nunca, jamás, podrá salir del anecdotario más selecto del fútbol chileno. Un cuento inaudito de locura, de sueños de grandeza, también de pasión por los colores, y que tan rápido como tomó por asalto toda la actividad en el mercado de fichajes del verano de 1996, se esfumó para quedar solo como parte de un folclore indeleble.

Corría diciembre de 1995 y en Viña del Mar se realizaban elecciones para decidir al nuevo presidente de Everton. Los Ruleteros pasaban por un delicado momento deportivo, pues recién habían bajado a la segunda división (hoy, Primera B y mucho ojo con esa terminología).

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Recuento de votos, banda presidencial lista y elegido resulta el empresario local Jorge Castillo. Representante del pueblo (del pueblo evertoniano, específicamente), que luego de ganar un jugoso premio en la Polla Gol se transformó en un exitoso hombre de negocios, dedicado al rubro de la recolección de basura y al transporte público en la Ciudad Jardín.

Nadie. Ni siquiera el más aventurado de los guionistas, pudo prever los 34 días que seguirían después de ese rutinario proceso electoral...

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Jorge Castillo hace su estreno en sociedad en el Consejo de Presidentes

Honorable Consejo de Presidentes de enero de 1996 y la sorpresa fue total por la presencia de un nuevo integrante del círculo dirigencial. En esa época, los representantes de la prensa podían presenciar la reunión de timoneles del fútbol chileno y, entre los presentes, se sucedían las preguntas sobre el locuaz personaje. “¿Lo viste?”, “Es un poco raro” y “¿Pero de dónde salió?”, eran interrogantes que se repetían entre los reporteros que allí estaban.

Era Castillo, quien cada cinco minutos aparecía con una alocución más exótica que la anterior. Dato curioso y que recuerda una crónica del Diario AS de hace algunos años: fue, justamente, el nuevo personero de Everton el que propuso llamarle Primera B a la segunda categoría de nuestro fútbol, denominación que hasta hoy se mantiene...

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Pero si en Quilín llamó la atención el nuevo personaje, en Viña estaba todo, sencillamente, revolucionado. El recién electo timonel evertoniano mandó a pintar no solo la sede que estaba ubicada en calle Viana, sino que también cada rincón de la ciudad con los colores oro y cielo. Postes de luz, estacionamientos, todo. Se dice que hasta las tradicionales Victorias de la Plaza y un gato que había en la casa matriz del club recibieron sus brochazos... Algo olía tremendamente mal.

Y llegaron las promesas. Cada vez que Jorge Castillo, a quien a esas alturas ya apodaban “El Loco”, tomaba el micrófono, dejaba la escoba. Anunció que los Guata Amarilla regresarían al año siguiente a Primera, ganarían el título del Campeonato Nacional y, luego, la Copa Libertadores. La expectación crecía y no solo en la Quinta Región.

El dirigente quería que el Eforé se pareciera a Boca Juniors y no solo por la camiseta. Prometía que Sausalito sería un mejor estadio que La Bombonera y, en una intervención televisiva, gritó a los cuatro vientos que traería al Ajax de Amesterdam, vigente campeón de la Champions League y un equipo que marcó época en los noventa, para que jugara en la casa evertoniana... Allí, entre el cerro y la laguna...

¿Y con qué equipo iba Everton a volver a Primera División?

Hasta que comenzó el desfile de estrellas por Viña del Mar. ¿Imagina alguien factible que hoy en día un equipo que recién descendió a Primera B, contrate a figuras consulares de Primera División? Pero figuras en serio, eh. Echemos a volar la imaginación: que Carlos Palacios, Fernando Zampedri, Gabriel Castellón se vayan en masa al cuadro que acaba de perder la categoría... Pelado Camargo, Ariel Uribe, Edson Puch... Todos a la B...

Algo así fue lo que ocurrió con Everton en el verano de 1996. Primero fue José Daniel Morón, arquero legendario de Colo Colo. Y al Loro lo siguieron otras lumbreras, como Marcelo Fracchia, también del Cacique y seleccionado uruguayo. Jaime Pizarro, que venía de una expedición en Tigres de México. El Bombero Juan Carlos Ibáñez, artillero de la U. Pancho Hormann, zaguero de mil y una batallas en el Campeonato Nacional... Grupo de élite, bajo la conducción técnica de Leonardo Véliz, quien hacía apenas un par de años había sido tercero del mundo con la Selección Sub 17.

La caída en desgracia del “Loco” de Everton

La nube de ensueños comenzó a esfumarse, cuando a mediados de enero, el a esas alturas célebre presidente evertoniano aseguraba en una entrevista radial que el Pollo Véliz estaba echado y que en su lugar llegaba Jorge Garcés. Días depués, el propio Loco Castillo decía que lo habían suplantado... ¿Qué diablos estaba pasando?

Los futbolistas y el DT, quienes recién habían llegado a Viña, no tardaron en darse cuenta de que las promesas de gloria y de sueldos millonarios no eran más que una habitación vacía en el mundo de lo irreal. No había plata, no había nada. Solo fantasías de grandeza en una mente que divagaba por los reinos de la locura...

El final de la historia fue tan abrupto como su génesis. Los recién llegados no se quedaron en Everton. Demás está decir que los Oro y Cielo jamás llegaron a la final de la Libertadores; el Ajax sí vino a Chile, pero a jugar con Universidad Católica en 1997... Las paredes de Viña, así como las victorias y el gato volvieron a sus colores originales...

Jorge Castillo terminó internado en una clínica de la Ciudad Jardín, con un brote sicótico. Jorge Santelices asumió la presidencia el 19 de enero y con una deuda de más de 450 millones de pesos a cuestas.

El ex presidente oro y cielo terminó sus últimos años en el anonimato, hasta su muerte hace cinco años, en julio de 2019.

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