Colo Colo y Universidad de Chile tienen la obligación, cada vez que se miden, de mostrar un espectáculo a la altura de los millones que invierten. Por eso, para la edición 193° del Superclásico había expectativas por ver al último campeón y al cuadro que llegaba en el segundo puesto del Campeonato Nacional 2023. Pero no hubo nada, más bien un fútbol que sonrojó a los hinchas (aquellos que fueron a disfrutar, no los delincuentes que se creen dueños).
Lo que ocurrió en la cancha, pero también fuera de ella fue, sin ninguna duda, un reflejo fiel de lo que hoy es el fútbol chileno. Se jugó poco, no hubo figuras rutilantes que deleitaran a los presentes ni entrenadores que corrieran grandes riesgos. En las tribunas, un grupo de personas que van al estadio no a ver fútbol, sino que a demostrar que son los “dueños” del espectáculo, de la peor manera: con piedras, con fuegos de artificio, con cánticos ofensivos y ensuciando todo.
Los dos cuadros quedaron en deuda. Colo Colo fue incapaz de vulnerar un esquema conservador de una U que entró a la cancha pensando más en no perder que en hacer daño. Con todas sus letras, fue un partido malo, triste, temeroso.
Eso sí, las cosas comenzaban bien y con emociones. A los 3′ un fuerte remate de Esteban Pavez fue contolado apenas por Cristóbal Campos, quien pudo desviar el balón, que terminó pegando en el horizontal. A la larga, sería la mejor de todas las opciones en los casi 100 minutos que se jugaron en Macul. Los visitantes eran solo insinuaciones de Leandro Fernández o Nicolás Guerra, pero todo muy timorato, era más importante controlar las embestidas del “Cacique”.
A los 38′, otro remate desde afuera, ahora del colombiano Castillo, nuevamente fue contrarrestado por Campos. Y sería todo en el primer tiempo.
Una lesión, un arma a la cancha y nada de fútbol
Si el primer tiempo fue pobre, lo del complemento fue sencillamente para mantener los ojos cerrados o cambiar de canal si se vio el partido por TV. De opciones de gol, se puede hablar solo de dos relativamente claras. Un remate de Ramiro González en el área contenida por Campos (el mejor de la U) y una acción individual de Thompson a los 86′ que culminó un débil remate a portería, nuevamente repelido por el guardiázn azul.
Benegas y Pellegrino no ayudaron mucho al espectáculo. Camios jugador por jugador, poco riesgo y apuestas tardías marcaron la tónica táctica del encuentro. Para los minutos finales, la verguenza de fuera del campo: A los 75′, cuando el juvenil José Castro era atendido por una grave lesión, un desadaptado lanzó, nada menos, que un arma cortopunzante a la cancha de juego. Si, pese a lo descabellado que suena es una realidad, una triste y vergonzoso realidad, que se suma a las piedras que recibió el bus de la U en su llegada al estadio.
Pero hubo más, fuegos de artificio con bengalas cayendo hacia el sector de la barra de Universidad de Chile, que no encontró mejor respuesta que comenzar a apedriar la portería de Brayan Cortés. Ante el desconcierto de quienes no entendían cómo el partido pudo seguir jugándose bajo esas condiciones y más de 12 minutos de descuento, acabó uno de los espectáculos más tristes de los últimos Superclásicos.
Dos equipos que se tuvieron miedo y un partido que dio verguenza por lo que sucedió dentro y fuera de la cancha.